miércoles, 24 de septiembre de 2008

Infinito entre cuatro

(Continúa de "Infinito entre tres")

Ya en el hotel, Alegría y Alborozo recogieron mis maletas y las llevaron hasta la recepción con gran algarabía y en un dispendio de apretones de manos y abrazos de amistad eterna. Dos bueno mozos, pardiez!, pero más borrachos que un lemur. Eran marinos Ucranianos y en su melopea se creyeron botones del Grand Hotel Al-Jazeera, donde me disponía a alojarme.

El recepcionista no parecía inquietado en absoluto por mi presencia ni por la actitud de los grumetes. En realidad, ni por eso ni por ninguna otra presencia del universo conocido. Simplemente no parecía ser de los que se inquietan.

- Buenos días – Dijo en un alegre tono de bienvenida digno de una triste despedida.
- Nos de Dios – Respondí, tal y como me enseñaron los padres Maristas.
- ...

Cuando debería haberme preguntado qué deseaba, no lo hizo. Su desinterés era interesante.

- Quisiera una habitación – no pude dejar de traslucir cierto enfado.
- El hotel está completo – contestó impertérrito
- Oh, vaya, qué contratiempo! Por teléfono me aseguraron que tendría una habitación disponible!
- Aquí tiene la llave de su habitación – espetó, más impertérrito si cabe.
- Pero... cómo? Me acaba de decir que el hotel está completo!
- No se si se ha percatado usted, amigo de color lechal, pero este es un hotel de infinitas habitaciones.

El recepcionista salió de su letargo. Mi insinuación parecía haberle ofendido, o por lo menos alterado. Fue un despiste por mi parte haber olvidado la paradoja del Hotel de Cantor.



Cuando todos los huéspedes se hubieron mudado a la habitación siguiente a la que ocupaban, pude instalarme cómodamente en la habitación número 1, en la que afortunadamente no me esperaban sorpresas aparte del hilo infinitesimal de agua que salía de la ducha. Aquello no solo no me molestó, sino que me hizo esbozar una sonrisa. Tantos años esperando encontrar aquel lugar, y allí estaba, rodeado de las maravillas de un mundo sin límites.

Deshice mi maleta y, cómo no, otra vez Cantor me alegró la tarde. A pesar del expolio que había hecho Triple X en la aduana, el contenido de mi equipaje no había variado un ápice. Todos salimos ganando. Sobre todo yo, que pude calzarme mis mejores bermudas y unas sandalias ad-hoc para un paseo vespertino.

Y emprendí un largo y provechoso paseo por aquellas calles repletas de detalles que apenas llegaba a percibir. Al principio de mi paseo solo tuve ojos para aquello que me resultaba exótico. Aquellos matices del mundo no-finito del que tanto y tanto se había hablado desde el principio de los tiempos, desde la invención del símbolo "alfa" hasta la creación del acelerador de partículas que descubriría los orígenes del universo. Geometría, física, matemáticas, economía, lógica... todo estaba representado. Todo estaba allí al alcance de mi mano. Pero había algo más.

La gente. La gente era rara. No parecían compartir mi alegría. No parecían ser conscientes de la belleza que les rodeaba. Es más, me pareció percibir un inusitado interés por abandonar aquel lugar.



Me sentí incómodo. Culpable, hasta cierto punto. Yo era feliz por ser testigo de aquellas maravillas mientras los autóctonos parecían, como mínimo, miserables. Pude entonces, tras emplear una cabra aneja a modo de prismático, empezar a ver lo que ellos veían. Desesperados, intentaban sobrevivir en la inmensidad de la pobreza infinita de un mundo infinitamente rico. El universo les poseía a ellos y no al revés. Los alimentos, el agua, la ropa, la vivienda, todo estaba lejos de su alcance a pesar de parecer cercano, y la supervivencia en un lugar así supera con creces la resistencia de un ser humano. Porque eran seres humanos.




Los detalles del universo infinito dejaron de llamar mi atención a cada paso y la miseria llegó a abrumarme. Tanto que no fui consciente de que había salido de la ciudad.

Ante mis ojos un desierto infinito dividido en dos por una vía de tren. Un tren infinitamente largo e infinitamente cargado de minerales para satisfacer la infinita demanda del infinito consumo de nuestro mundo finito. Un mundo, este nuestro, con límites para casi todo, pero con un hambre que no los conocía, un hambre voraz. Una demanda infinita de bienestar que sólo puede ser satisfecha por un mundo con recursos, como aquel, poblado por unos seres esclavos, como aquellos, retenidos por aquel tren que no dejaba de pasar.



Parecía haber llegado al final de mi camino. Era imposible cruzar aquellas vías y superar el tren, barrera entre dos mundos.

Puede que hubiese alguna manera. Probé a correr paralelo al tren durante un rato, buscando un hueco entre dos vagones. Probé a buscar una compuerta abierta en alguno de ellos. Probé a intentar llegar al primero de todos y adelantarme a la locomotora. Nada funcionó.

Y finalmente caí agotado. De nuevo un ligero toque en la cuarta vértebra me sobresaltó:

- Hola amigo.

Cuatro aborígenes transportaban una embarcación sobre sus hombros y me sonreían nerviosos.

- Hola – Contesté.
- Intentas cruzar? También quieres escapar?
- Escapar? No, solo quiero ver lo que hay al otro lado. En realidad acabo de llegar.
- Acabas de llegar?? – dijeron varios de ellos con una sola voz y mirándose asombrados– Eso quiere decir, que vienes del otro lado!! Así que es cierto! Existe!!

Parecían más contentos que yo por la existencia de mi mundo. Según me dijeron, se oían historias de gente que había conseguido salir de allí y llegar hasta el mundo finito. Se conseguía tras superar aquellas vías, surcar el campo de fractales anti-persona y navegar durante unos cuántos días por un mar de dudas, al límite de la supervivencia, hasta las costas del norte.

¿Merecía la pena el riesgo? Ellos aseguraban que si.


- Quieres cruzar con nosotros? – Se ofrecieron amablemente a llevarme con ellos.
- Creo que.... no estoy seguro.... creo que por el momento me quedaré.
- De acuerdo, nosotros nos vamos. Según nuestro informador el siguiente vagón es la puerta.
- Bonne chance mes amies!
- Gracias corderete. Nos vemos en tu mundo.

Esperaron al vagón, corrieron junto a él, abrieron la compuerta y uno tras otro fueron cruzando al otro lado.

Me quedé solo, arrodillado y con una confusión terrible. Esperaba lo mejor para ellos pero no tenía claro si eso consistiría en llegar a mi mundo o en echarse atrás y volver al suyo.




Tal vez podrían intentar quedarse. Tal vez podrían intentar curar su universo aunque no fuese tarea fácil. Aquel tren infinito tendría que parar, dar marcha atrás y dejar parte de su contenido en aquella tierra. Aquel tren infinito tendría que parar, y abrir una puerta a los ingenios del mundo finito y a la ayuda desinteresada. Aquel tren infinito tendría que parar, y para ello habría que encontrar su caldera, extinguir el fuego infernal que la alimenta y detener la maquinaria que hace girar al mundo a velocidades de vértigo, a velocidades que hacen que muchos caigan por el camino o salgan despedidos: hacia el infinito.

Me puse en pié y caminé de vuelta a al hotel. Yo no necesitaba cruzar las vías. Yo tenía la llave que abría las puertas de mi casa. Ellos no la tenían. Yo si.

¿Y el camino de vuelta? Supuse que sería fácil. En realidad nunca llegué a salir totalmente de mi jaula.

(Chim-pon)

1 comentarios:

Isa dijo...

Salbi e Isa hacen su entrada en este blogg. Besos y suerte en la navegación. Seguiremos en contacto.

PD-Por cierto, está muy divertido