miércoles, 24 de septiembre de 2008

Infinito entre cuatro

(Continúa de "Infinito entre tres")

Ya en el hotel, Alegría y Alborozo recogieron mis maletas y las llevaron hasta la recepción con gran algarabía y en un dispendio de apretones de manos y abrazos de amistad eterna. Dos bueno mozos, pardiez!, pero más borrachos que un lemur. Eran marinos Ucranianos y en su melopea se creyeron botones del Grand Hotel Al-Jazeera, donde me disponía a alojarme.

El recepcionista no parecía inquietado en absoluto por mi presencia ni por la actitud de los grumetes. En realidad, ni por eso ni por ninguna otra presencia del universo conocido. Simplemente no parecía ser de los que se inquietan.

- Buenos días – Dijo en un alegre tono de bienvenida digno de una triste despedida.
- Nos de Dios – Respondí, tal y como me enseñaron los padres Maristas.
- ...

Cuando debería haberme preguntado qué deseaba, no lo hizo. Su desinterés era interesante.

- Quisiera una habitación – no pude dejar de traslucir cierto enfado.
- El hotel está completo – contestó impertérrito
- Oh, vaya, qué contratiempo! Por teléfono me aseguraron que tendría una habitación disponible!
- Aquí tiene la llave de su habitación – espetó, más impertérrito si cabe.
- Pero... cómo? Me acaba de decir que el hotel está completo!
- No se si se ha percatado usted, amigo de color lechal, pero este es un hotel de infinitas habitaciones.

El recepcionista salió de su letargo. Mi insinuación parecía haberle ofendido, o por lo menos alterado. Fue un despiste por mi parte haber olvidado la paradoja del Hotel de Cantor.



Cuando todos los huéspedes se hubieron mudado a la habitación siguiente a la que ocupaban, pude instalarme cómodamente en la habitación número 1, en la que afortunadamente no me esperaban sorpresas aparte del hilo infinitesimal de agua que salía de la ducha. Aquello no solo no me molestó, sino que me hizo esbozar una sonrisa. Tantos años esperando encontrar aquel lugar, y allí estaba, rodeado de las maravillas de un mundo sin límites.

Deshice mi maleta y, cómo no, otra vez Cantor me alegró la tarde. A pesar del expolio que había hecho Triple X en la aduana, el contenido de mi equipaje no había variado un ápice. Todos salimos ganando. Sobre todo yo, que pude calzarme mis mejores bermudas y unas sandalias ad-hoc para un paseo vespertino.

Y emprendí un largo y provechoso paseo por aquellas calles repletas de detalles que apenas llegaba a percibir. Al principio de mi paseo solo tuve ojos para aquello que me resultaba exótico. Aquellos matices del mundo no-finito del que tanto y tanto se había hablado desde el principio de los tiempos, desde la invención del símbolo "alfa" hasta la creación del acelerador de partículas que descubriría los orígenes del universo. Geometría, física, matemáticas, economía, lógica... todo estaba representado. Todo estaba allí al alcance de mi mano. Pero había algo más.

La gente. La gente era rara. No parecían compartir mi alegría. No parecían ser conscientes de la belleza que les rodeaba. Es más, me pareció percibir un inusitado interés por abandonar aquel lugar.



Me sentí incómodo. Culpable, hasta cierto punto. Yo era feliz por ser testigo de aquellas maravillas mientras los autóctonos parecían, como mínimo, miserables. Pude entonces, tras emplear una cabra aneja a modo de prismático, empezar a ver lo que ellos veían. Desesperados, intentaban sobrevivir en la inmensidad de la pobreza infinita de un mundo infinitamente rico. El universo les poseía a ellos y no al revés. Los alimentos, el agua, la ropa, la vivienda, todo estaba lejos de su alcance a pesar de parecer cercano, y la supervivencia en un lugar así supera con creces la resistencia de un ser humano. Porque eran seres humanos.




Los detalles del universo infinito dejaron de llamar mi atención a cada paso y la miseria llegó a abrumarme. Tanto que no fui consciente de que había salido de la ciudad.

Ante mis ojos un desierto infinito dividido en dos por una vía de tren. Un tren infinitamente largo e infinitamente cargado de minerales para satisfacer la infinita demanda del infinito consumo de nuestro mundo finito. Un mundo, este nuestro, con límites para casi todo, pero con un hambre que no los conocía, un hambre voraz. Una demanda infinita de bienestar que sólo puede ser satisfecha por un mundo con recursos, como aquel, poblado por unos seres esclavos, como aquellos, retenidos por aquel tren que no dejaba de pasar.



Parecía haber llegado al final de mi camino. Era imposible cruzar aquellas vías y superar el tren, barrera entre dos mundos.

Puede que hubiese alguna manera. Probé a correr paralelo al tren durante un rato, buscando un hueco entre dos vagones. Probé a buscar una compuerta abierta en alguno de ellos. Probé a intentar llegar al primero de todos y adelantarme a la locomotora. Nada funcionó.

Y finalmente caí agotado. De nuevo un ligero toque en la cuarta vértebra me sobresaltó:

- Hola amigo.

Cuatro aborígenes transportaban una embarcación sobre sus hombros y me sonreían nerviosos.

- Hola – Contesté.
- Intentas cruzar? También quieres escapar?
- Escapar? No, solo quiero ver lo que hay al otro lado. En realidad acabo de llegar.
- Acabas de llegar?? – dijeron varios de ellos con una sola voz y mirándose asombrados– Eso quiere decir, que vienes del otro lado!! Así que es cierto! Existe!!

Parecían más contentos que yo por la existencia de mi mundo. Según me dijeron, se oían historias de gente que había conseguido salir de allí y llegar hasta el mundo finito. Se conseguía tras superar aquellas vías, surcar el campo de fractales anti-persona y navegar durante unos cuántos días por un mar de dudas, al límite de la supervivencia, hasta las costas del norte.

¿Merecía la pena el riesgo? Ellos aseguraban que si.


- Quieres cruzar con nosotros? – Se ofrecieron amablemente a llevarme con ellos.
- Creo que.... no estoy seguro.... creo que por el momento me quedaré.
- De acuerdo, nosotros nos vamos. Según nuestro informador el siguiente vagón es la puerta.
- Bonne chance mes amies!
- Gracias corderete. Nos vemos en tu mundo.

Esperaron al vagón, corrieron junto a él, abrieron la compuerta y uno tras otro fueron cruzando al otro lado.

Me quedé solo, arrodillado y con una confusión terrible. Esperaba lo mejor para ellos pero no tenía claro si eso consistiría en llegar a mi mundo o en echarse atrás y volver al suyo.




Tal vez podrían intentar quedarse. Tal vez podrían intentar curar su universo aunque no fuese tarea fácil. Aquel tren infinito tendría que parar, dar marcha atrás y dejar parte de su contenido en aquella tierra. Aquel tren infinito tendría que parar, y abrir una puerta a los ingenios del mundo finito y a la ayuda desinteresada. Aquel tren infinito tendría que parar, y para ello habría que encontrar su caldera, extinguir el fuego infernal que la alimenta y detener la maquinaria que hace girar al mundo a velocidades de vértigo, a velocidades que hacen que muchos caigan por el camino o salgan despedidos: hacia el infinito.

Me puse en pié y caminé de vuelta a al hotel. Yo no necesitaba cruzar las vías. Yo tenía la llave que abría las puertas de mi casa. Ellos no la tenían. Yo si.

¿Y el camino de vuelta? Supuse que sería fácil. En realidad nunca llegué a salir totalmente de mi jaula.

(Chim-pon)

lunes, 22 de septiembre de 2008

Infinito entre tres

(continúa de "Infinito entre dos")

Lo que ocurrió a continuación no lo tengo del todo claro. Puede que incluso esté mezclando algunas partes de la historia, y no es para menos. Desde un principio todo fue confuso porque, a pesar de que mi viaje me llevaría de Madrid al Infinito, la primera mitad del trayecto sólo duró 3 horas. Antes de tomar el avión, en ningún momento me planteé que la duración de un viaje pudiese ser directamente proporcional al nombre del lugar de destino (algo totalmente lógico por otra parte, y si no pensemos en lo que se tarda en llegar a Tudela) aunque a posteriori no puedo evitar que me recorra un escalofrío por el espinazo sólo de planteármelo. Si pienso mucho en ello la sensación incluso me hace bailar, pero tengo que planteármelo en lenguas germánicas.

Aproveché la coyuntura para comenzar a rellenar mi libro de notas formulando un teorema al respecto. Lástima haber olvidado lo más básico de la notación algebraica. En su lugar dibuje, con un 6 y un 4, la cara de mi retrato. Pensándolo bien, fue lo mejor que pude hacer; ¿quién puede asegurar que la duración del viaje habría sido la misma si me hubiesen servido un café y unos cacahuetes? Tampoco se si la duración del viaje es función del número de niños a bordo, aunque desde luego, la sensación de duración es directísimamente proporcional.

Mención especial a una de las pocas decepciones del viaje: El punto medio entre Madrid y el Infinito resultó ser sorprendentemente normal. Cumple con todos los estereotipos de un espacio tridimensional estándar y a penas genera indeterminaciones. Los objetos que me rodeaban no mostraban ni medio rasgo lemniscático. Moebius se habría revuelto en su tumba.

Tras un tiempo de espera oportunamente finito (por Dios, tenía que salir de aquella vulgaridad!) estaba listo para comenzar la segunda mitad del trayecto.



Llamaron por megafonía: “Eduardo! Eduardo!” Acudí a la llamada a pesar de no ser para mi. Nadie pareció darse cuenta ya que tarareaba a voz en cuello “Granada, tierra soñada por mi” tal y como lo habría hecho el mismísimo Eduardo. Este alarde coral me garantizó cacahuetes a bordo.

- Siento no poder darle el café, pero el Comandante ha detectado cierta falta de control en su reverberación. Deberá corregirlo caballero. – Dijo la azafata.
- Lo que usted diga señorita, he venido a aprender – Humilde hasta decir basta.


El paisaje desde el aire, aunque repetitivo, mantenía una continuidad espacio-temporal casi académica. Salvo un pueblo Berebere que giraba sobre su propio eje, no identifiqué bucles reseñables o asíntotas dignas de mención. Cundió el desánimo. Entonces me dieron el café, en una clara maniobra de control mental.

Caí en un sueño profundo y, tarde o temprano, llegué a mi destino. No sabría decir cuándo.
Me desperté con un ligero toque en la cuarta vértebra.

- Caballero, despierte. Hemos llegado.
- Oh, lo siento. Esto… gracias señorita. Me he quedado traspuesto.
- Afortunadamente no se ha invertido. Habría tendido a cero irremisiblemente.
- ¿Cómo dice?
- Salga del avión por favor. Le esperan en la aduana.

Salí del avión un poco confuso y con miedo al esperado golpe de calor dadas las latitudes. No fue para tanto una vez en la pista. El golpe de calor vino cuando divisé al guardia de aduanas, una mezcla a partes iguales entre Don Sadam Hussein, M.A. Barracus y Anthony Blake. Sin duda obra de un Dios cruel y vengativo. Convine en apodarle “Triple X”.

- Vayan pasando! Vayan pasando! Dejen sus maletas en el mostrador su izquierda!
- Disculpe, me gustaría pasar el control con mi maleta. No quisiera perd…
- Deje la maleta y entre en la cabina – Ojos inyectados en sangre, colmillos puntiagudos, cuernos, rabo… todo el kit, vamos.
- Si señor – Humilde hasta decir basta.

La cabina era una caja de cartón con cortinas negras donde fui cacheado. Creo que hasta consiguieron arrancarme un par de capas de piel muerta y algo de epidermis. Fueron todo lo concienzudos que podían ser y me entretuvieron el tiempo necesario para que Triple X vaciase algo más de la mitad del contenido de mi maleta, por lo que pude ver entre las cortinas.

Es simplemente una estimación, pero en los 100 metros cuadrados de aquel aeropuerto pasé tres controles más y conseguí llegar a la calle 4 horas después de aterrizar. No fue una espera infinita pero se acercaba bastante. Mi destino estaba cerca.

Un taxi.

- TAXI señor?
- TAXI señor?
- TAXI señor?
- TAXI señor?
- mmmm….. si?

Hice lo posible por distribuir mi cuerpo entre los cuatro taxis y, tras cargar las maletas en uno de ellos me confié a su suerte e iniciamos, sin duda, el desplazamiento más peligroso del viaje.

Las calles de Nouadhibou representaban un caos escalofriante. Obra de un genio, sin duda. El asfalto que invade nuestras lujosas avenidas y pone límite inferior a nuestro universo urbano y vertical había sido oportunamente sustituido por partículas infinitesimales que se desplazaban por el aire de forma aleatoria y libre.


Los “Aquiles” Mauritanos perseguían a velocidad de vértigo a sus lentos burros “tortuga” sin llegar a alcanzarlos jamás, ajenos al cálculo infinitesimal y a las teorías del amigo Leibniz. Ante la duda de que si a pesar de que no todos los números son cuadrados, no hay más números que números cuadrados, los “vendados” apostados a ambos lados de la carretera comerciaban con interpretaciones varias al respecto. Todo, todo y todo lo que me rodeaba apuntaba con una gran flecha de neón rojo al final de mi viaje.



El trayecto hasta el hotel bien podía equivaler a un master en Oxford, y a penas tuve que remar un par de veces desde el aeropuerto!!

(y otro día termino...)

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Infinito entre dos

(Continúa de "Infinito entre uno")


Al llegar a casa, entre los billetes de cinco euros, el recibo de la compra y la correspondencia comercial que saqué del buzón, el papel se dejaba entrever. No lo había olvidado en ningún momento, solo intentaba ignorarlo hasta poder dejar las bolsas que me cortaban la circulación entre la primera y segunda falangetas. Estoy seguro de que el papel hizo lo que pudo por llamar mi atención.

Era como el antiguo mapa del tesoro. Los bordes medio quemados, muchos pliegues, como el abanico de la abuela, y con unos trazos firmes en los que se identificaba perfectamente una línea de costa, un barco velero indicando cuál de los dos lados era el del mar y un símbolo de infinito en un punto. Justo al lado de este punto había otro, en este caso flanqueado por un nombre: “Cansado”. Con un pedacito de papel adhesivo lo pegué en la esquina inferior derecha del monitor de mi ordenador, y ahí pasó mucho tiempo. Sobrevivió a varias mudanzas, incluso a varios ordenadores, y convivió con mi curiosidad y con mi obsesión.

Cierto día, jugando al basket con amigos, unos tipos del barrio me metieron en un lío. Fue una situación tensa que acabó con mi labio roto y mi orgullo en coma. Lo segundo no tenía tratamiento, pero lo primero me llevó a la farmacia antes de volver a casa. Mientras hacía cola pude oír la conversación del cliente que estaba siendo atendido:

- ¿Está segura de que no necesito vacuna para la Malaria? Preferiría estar seguro. ¿Está usted segura? ¿Segura? ¿Me oye? Está s...

- Para estar en el país durante un tiempo inferior a 15 días no es necesario. Puede comprobarlo en la web del Ministerio de Asuntos Exteriores.
- No se, no se. Un amigo estuvo en Senegal y se la tuvo que poner. Está bastante cerca, ¿no? Está cerca. Bastante cerca diría yo, ¿eh? ¿No?
- Senegal está al sur y allí el clima es más húmedo. ¿A qué ciudad va?
- A Nouadhibou, bueno, a un pueblo cercano un poco más al norte. A Cansado.

(Comorl??!)


Iba a necesitar algo más que un desinfectante y un anti-inflamatorio. Un poco de tila para soportar a aquel tipo y puede que algo para el corazón. ¿Cansado? No podía ser un pueblo. Un estado físico si, o como mucho un humorista de culto, pero no un pueblo. Si no caí fulminado al suelo fue gracias al expositor de cremas solares. No pude por menos que preguntar.


- Disculpe, ¿ha dicho que va a un lugar llamado Cansado?

- Si, eso he dicho – contestó el cliente, visiblemente molesto por la interrupción.
- ¿Y podría decirme dónde está ese pueblo?
- En Mauritania. Y si no le importa tengo algo de prisa, quisiera terminar con esta señorita cuanto antes. ¿Eh? ¿Le importa? Diga, ¿le importa a caso?

La señorita tenía cara de que si no terminaba con ella, era ella la que iba a terminar con él. Un cliente bastante impertinente (además de bajito y saltarín), pero cierto es que si en otro momento su comentario habría inflamado mis testículos casi tanto como mi labio, aquella vez hice de mi capa un sayo y salí de la farmacia sin mediar palabra y con la mirada perdida.


Me detuve en la puerta de la farmacia y, ya en la calle, recuperé el resuello y la consciencia. Volví a casa tan rápido como pude.


No perdí mucho tiempo mirando mi herida en el espejo ni lamentándome por la hinchazón y sus consecuencias en mi ya de por si deteriorado aspecto. Normalmente habría invertido un par de horas en esto, incluyendo el tiempo dedicado a lamentos y juramentos. Corrí hacia el ordenador y arranqué el papel del monitor. “Cansado” y a unos centímetros de esa palabra, que dada la escala podrían ser kilómetros, el infinito. Yo hice mi trabajo y Google Maps hizo el suyo. Mauritania, capital Nuakchott. Unos cuatrocientos kilómetros más al norte, Nouadhibou, y a pocos kilómetros de allí, Cansado, en la frontera con el Sahara occidental. La silueta del continente africano coincidía con mi mapa. Tenía que ir allí o lo lamentaría el resto de mi vida. ¿O lo lamentaría por no haberlo lamentado? No quise responder a la pregunta sin haber minipuntos en juego. Une semaine après j’avait tour préparé. Y era cierto; no necesitaba la vacuna de la malaria. Me conmovió pensar que el enano saltarían estaría retorciéndose de dolor por el pinchazo en su pequeña seta.


(y ya sigo otro día si eso…)

Infinito entre uno


Mi obsesión por el infinito me acompañó desde muy pequeño, exactamente desde el día en que mi madre tendía la ropa mientras yo jugaba alegre y despreocupado en la calle. En el momento en el que mi camiseta del equipo de fútbol cayó desde el tendedero y el número 8 quedó convertido a mis pies en un abismo inabarcable, comencé a ser consciente de la obsesión que me persiguió durante muchos años.

Lo que para mi no era fácil de concebir, para mi hermano Samuel parecía ser algo tangible y demostrable. “Yo te quiero más… ¿cuánto?... Infinito…. Pues yo infinito mas dos…. Infinito mas infinito!”. Supongo que la relación con su novia se basaba en eso, pero a mi no me cabía en la cabeza. Les miraba con una admiración, por lo visto, bastante molesta, y así me lo hacían saber lanzándome piedras entre lote y lote en el terraplén, pero no era capaz de identificar las magnitudes de amor que intercambiaban. Cuando hube perdido bastante sangre, dediqué mis mañanas a contar y contar, pero mi madre siempre me interrumpía a la hora de comer por lo que volvía a empezar desde cero después de “El coche fantástico”. No hubo manera de pasar de 20.000. El “infinito” debía de quedar muy lejos de esa cifra.

El resto de mi vida lo pasé buscando, pero el espacio que me rodeaba era finito. Mi impresión era que todo estaba al alcance de la mano. Ni un solo punto de apoyo para referenciar el concepto y afrontarlo desde una base comprensible. Naturalmente, el tiempo que invertía también era finito, y no sólo eso, se agotaba poco a poco a medida que aumentaba mi frustración.

En la puerta del supermercado de mi barrio había un mendigo. Llevaba en esa puerta toda la vida, o por lo menos desde que yo podía recordar. Me solía mirar con curiosidad y muchas veces me sonreía cuando pasaba a su lado contando en voz baja “quince mil doscientos tres, quince mil doscientos cuatro, quince mil doscientos cinco…” A veces hasta me guiñaba el ojo y me decía “Sigue chaval, sigue” No me daba mucha confianza; le faltaba un diente y tenía cosas en las orejas que, a pesar de crecer desde dentro, se veían desde fuera. Hasta mi madre me sujetaba de la mano cuando íbamos a comprar y me mantenía alejado de él. Por cierto, nunca le vi darle ni una sola limosna.

Cuando fui algo más grandote, un día me bloqueó el paso al salir del supermercado.

- Has llegado al final, chaval? Hace tiempo que no te oigo contar

Me hice el loco y le miré con cara de no entender, pero él sonrió. Metió su mano en el bolsillo y sacó un papel. Sólo contenía garabatos y unos cuantos trazos que puede que tuviesen sentido.

- Está aquí, sabes? Yo he estado allí – dijo, señalándolo con un dedo que tenía la uña más larga y negra que he visto en mi vida.
- De qué habla? - contesté sin querer darle mucha importancia
- Es el infinito. Yo estuve allí - Me miraba con los ojos muy abiertos. Quería que yo lo viese. Quería que me lo quedase.
- Muy bien, hombre- dije - aquí tiene unos céntimos, sólo me ha sobrado esto de la compra pero sie...
- No quiero tus céntimos! Quédate el mapa. Tienes que ir!!! AAHHGG-Ja-JA-JA! Puta!! Puta!! Tienes que volver!! AAAHHGGG!!

Me cogió de la muñeca, puso el papel en mi mano y cerró mi puño con fuerza. Sus nudillos estaban blancos, los huesos oprimían el escaso pellejo cuando apretaba. Sus ojos, por el contrario, oscurecidos y trasluciendo alivio y puede que algo más. Habría sentido miedo si hubiese sido más rápido de reflejos, pero inmediatamente me dio la espalda y caminó alejándose del supermercado. Alargaba una pierna, arqueaba la otra, salto y pirueta, y vuelta a empezar. Curiosa forma de alejarse. Fue la primera vez que le vi más allá de aquella puerta. Y la última vez que le vi.

(Y ya sigo otro día si eso...)

miércoles, 10 de septiembre de 2008

ListacaMusical 2!!!



A falta de inspiración literaria, habrá que tirar de inspiración musical para mantener vivo el blog (buen recurso, vive Dios!!)

Después de los éxitos cosechados por la primera ListacaMusical, galardonada con 100Grammys de lomo y 250Grammys de Jamonyor (del bueno eh?, no me pongas del corriente que al niño le salen ronchas!), será difícil mantener el nivel. En este primer intento por hacerlo, he optado por una recopilación un poco más homogénea que la anterior, tranquiloide y de buen rollo, con artistas de bien como el tal Beck, el tal Vedder y tantos y tantos y tantos y tantos otros (hasta un total de 11). A ver si os da gusto:

- Gamma ray - Beck
- No ceiling - Eddie Vedder
- Happy - N.E.R.D.
- I fought the angels - The Delgados
- Hometown unicorn - Super Furry Animals
- Where is my mind? - Nada Surf
- I think I started a trend - Brad Sucks
- Hallucinations - The Raveonettes
- Roland - Interpol
- Face - Bell X1
- Cartwheels - The reindeer section

Al lorete con el "Where is my mind" de Nada Surf. Es de un álbum que se llama "Where is my mind? A tribute to the pixies" que no está nada mal.

Halapues.

N. del A. --> Me he visto abligado a quitar el widget del reproductor porque la mayoría de las canciones han desaparecido de Deezer... una lástima.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Adiós al sistema métrico decimal


Cuando la Academia de Ciencias Francesas decidió crear la unidad de medida conocida como “Metro”, ¿pensaron en algún momento que su valiosa aportación iba a ser reemplazada por otra mucho más útil y versátil? Si amigos, estáis en lo cierto, me refiero a: Los Campos de Fútbol.

¿Os imagináis un campo de fútbol de platino e iridio? Bueno, que no cunda el pánico entre los lectores de la Oficina Internacional de Pesos y Medidas de París, no creo que sea necesario habilitar un solar anexo al edificio para construir uno. El concepto de “Campo de Fútbol” como unidad de medida parece ser lo suficientemente sólido como para no necesitar una referencia clara (Los lectores de las constructoras españolas pueden volver a sus cómodas sillas y cancelar la compra de esos bonitos conjuntos de boina y pañuelo)


El tema parece estar ya muy manido por lo que he visto en un breve crucero internetero (ver esto, esto y esto), lo cual me alivia (mal de muchos....) En cualquier caso, se me sigue erizando el vello cada vez que lo oigo por la tele y, a pesar de su uso extendido sobre todo en el sector de la “información”. hay preguntas sin responder:

- Cierto es que como referencia en términos de superficie, a más de uno le puede ayudar, pero, ¿es realmente necesario como unidad de longitud? ¿Sería igualmente válida la utilización de su sección transversal en lugar de la longitudinal?

- ¿En qué rango de medidas de nuestro “obsoleto” sistema métrico decimal es útil el Campo de Fútbol? ¿Alguien tiene noticias sobre la utilización de fracciones de Campo de Fútbol como por ejemplo, “El récord del mundo de salto de longitud es 0.09 Campos de Fútbol” o “John Holmes calzaba un mango de más de 0.0035 Campos de Fútbol”?

- Y en el otro extremo, ¿dónde está el límite en su utilización? “El pico más alto de la Tierra, el monte Everest, tiene una altura de 88.48 Campos de Fútbol”. ¿Y por qué no redefinir el Año Luz como el número de Campos de Fútbol que recorre la luz en un año?

- ¿Se debería trasladar a la FIFA la designación de un Campo de Fútbol de referencia? Las cosas deberían medir lo mismo para uno de Bilbao y para uno de Soria, independientemente de cómo sientan sus colores. ¿Y qué me decís de la papeleta para los que no les gusta el fútbol? Se limitarían a indicar el tamaño de los objetos utilizando solamente la separación entre las palmas de sus manos, y en ningún caso podrían medir una araña de Bourgeois o una pérgola.

- ¿Para cuándo los Campos de Fútbol plegables, ideales para su uso doméstico?

Tal vez nuestros amigos de la prensa, principales promotores de la utilización de esta nueva unidad de medida, podrían aclarar nuestras dudas al respecto.

En caso de que esto no pudiese ser, hagan ustedes el favor de NO TRATARNOS COMO A PUTOS IDIOTAS!

Gracias.

martes, 2 de septiembre de 2008

El niño cantor (de Jazz)

Esto es lo que pasa cuando se multiplexan en el tiempo y en el espacio dos mentes de dudosa capacidad, ya en su funcionamiento autónomo habitual.

Gracias Alex, Niñato y Criatura.


Don Julián, el párroco de Santa María Descalza tuvo que utilizar la fuerza una vez más. Odiaba ese juego de “cura bueno – cura malo” que se traía con Don Claudio, su sustituto en las épocas en las que su salud flojeaba, pero el rezo del rosario era para él uno de los momentos más importantes del día y no permitiría por nada del mundo que aquellos discípulos de Onán se lo arruinaran una vez más, como ya empezaba a ser costumbre. Las cuentas del rosario de Don Julián eran bolitas de regaliz de las monjas del Bendito Fornicio Doloroso, a cada oración él deglutía una. Así, cediendo quizá a la venial debilidad de la gula, evitaba cometer el pecado grave de soberbia excediéndose con el número de rezos. Le acababan de atorar en el cuarto Ave María aquellos hijos de ramera al mamporrear su portón.

Solo eran unos chavales del barrio. Inocuos, cierto es, pero en una edad en la que resultan tan molestos como uno de esos crucifijos de madera. De esos que, por no faltar al voto de pobreza, compraba al morito Mulay (al que tanto le abultaba la entrepierna) y que con sus rebabas arañaban el velludo tórax. El asunto es que allí estaban otra vez, blandiendo sus menudos falos, tratando de escandalizar a las feligresas. Bendita ignorancia. Si ellas ya lo habían visto todo!

Esta camarilla de potenciales yonquis la comandaba el que llamaban Niño Cantor (de Jazz). Su voz había hipnotizado por melodiosa a todos los que –afortunados- la escucharan. En su voz residía el carisma que le permitía dirigir a semejante banda de niñatos rebeldes nacidos de vientres podridos. De la mano de Niño Cantor (de Jazz) siempre pendía un cordel. Al extremo del cordel iba sujeto Pendenciero, el borreguito seropositivo cuyos dientes había tallado Niño Cantor (de Jazz) hasta convertir en horribles, horribles, colmillos.

Cuán divertido les resultaba ser los amos del barrio! A sus tiernos nueve años y recién “hostiados” por la santa madre iglesia, ya podían presumir de una lustrosa ristra de delitos que haría sonrojar al mismísimo líder del clan de los Charlines. Pendenciero les ponía las cosas bastante fáciles, por que negarlo. ¿Quién iba a ser el guapo que plantase cara a un animal que, al más mínimo arqueo de las cejas de su amo, era capaz de descomponer el escroto más robusto en infinitud de partículas sub-atómicas?

Aquí y allá ocasionaban un pandemonium sodomaigomorriano. El Mellao aliviaba las pupas de su prepucio en la pila sacramental, El Pecas y Caraculo jugaban a Matrix lanzándose hostias ya consagradas y dedos amputados del conservado brazo incorrupto de San Uterino Fondón, otros dos despertaban a la sodomía en la cabina confesional, el púlpito abundaba ya en excrementos de El Lombrices que distraían a las moscas de su habitual refrigerio de vino santo. El bueno de Don Claudio se lo consentía todo. Era uno de esos curillas modernos en pro de la libertad de expresión de los jóvenes que no escatimaba en absoluciones ante las diabluras de la salvaje pandilla. Don Julián, sin embargo, no pasaba por ahí. Pertenecía a la vieja escuela y lucía con orgullo su alzacuellos almidonado. No le cabía la menor duda de que todos aquellos energúmenos debían arder en el infierno junto Pee Wee Herman y el padre Mundina.

Restaba ingeniar la manera más perniciosa de escarmentar a esta turba. Don Julián disfrazaba en su mente como educacional y evangelizadora la respuesta que habría de dar ante aquella ofensa, que en verdad no consistiría sino en una beligerante y placentera venganza. No iba a ejercerla desde luego en la forma de dura reprimenda verbal: no satisfaría la furia que le ardía dentro, y corría el riesgo de verse reducido ante los razonamientos de Caraculo, cociente intelectual 217 certificado por la Sociedad Daedalus de Talentos. Para reducirlos debería ponerse a su nivel de bestialidad, olvidar todos los remilgos clericales y poner en práctica los duros correctivos que otrora le infringiría el que fuera su mentor en el internado jesuita, el padre Damián. Era duro para él rememorar aquellas experiencias que permanecían aletargadas en lo más profundo de los pliegues de su sotana, pero al mismo tiempo, le producía tal regocijo el poder ver reflejado su dolor en los rostros de aquellos bandidos, que en plena maquinación tuvo que hacer un paréntesis para la oración autoabsolutoria. No podía evitar sonreír.

Doce eran los gamberros, doce como apóstoles de túnicas raídas a la altura del ojete, doce como los trabajos del semidiós pagano Hércules, doce como meses de un año satánico, doce como las gomas de una caja de condones Sodomex. Para cada uno guardaba su punición particular, doce tormentos como doce soles que espontáneamente su mente jesuita ya estaba pariendo y que les aplicaría a lo largo de doce exquisitos días.

Comenzaría ya mismo, y con el más débil de todos ellos, un tal Gañán. El mozo era poquita cosa, de los que se quedaba vigilando la retaguardia mientras el resto se explayaba en algaradas. Una buena piedra de toque en cualquier caso para probar su estrategia.

Allí estaba él, despreocupado, apoyado en el quicio de la puerta y utilizando con maestría el alambre del pan Bimbo para esquilmar el cepillo del DOMUND. No era presa difícil. Apenas tuvo que revolver el párroco en sus cajones de la sacristía hasta encontrar el artilugio que emplearía como herramienta de venganza: el coñaco de látex que simulaba las partes de una mula verrionda. Desempolvó además la batería de 5MV / 10KA con que alimentaba las luces de navidad de la iglesia. Electrificó la suculenta vulva y la tendió a unos pasos de Gañán. A los pocos segundos, tres caídas súbitas de tensión que afectaron a la mitad de la comarca no dejaban dudas del tórrido desenlace de Gañán.

El muchacho yacía fiambre ante los ojos de sus compinches. Cundió el pánico entre las feligresas, que salieron despavoridas. El resto de muchachos no le dio mayor importancia. El día tocaba a su fin y no había lugar para contemplaciones: llegar a sus respectivos hogares después del gingle de los lunnis podría resultar fatal para sus traseros. Niño Cantor (de Jazz) entonó a retirada y todos se dispersaron. Allí no quedó ni un alma a excepción de la de Don Julián, henchido de satisfacción mientras añadía la primera muesca a su crucifijo.

Día 2. A Don Julián le despierta por sobresalto un pensamiento retorcido: escarmentará a continuación a Niño Cantor (de Jazz). No respetará la tradición narrativa por la que el líder ha de caer el último. Coincide con Borges en que toda historia no es sino la reescritura de La Odisea y La Biblia, que ya contienen todos los elementos; que toda obra posterior no supone sino variaciones a esos documentos magnos. Como sacerdote, entonces, tiembla ante la negación de La Biblia que supone semejante trasgresión. La perspectiva, secretamente, le excita (o tal vez no es más que erección matutina). A media mañana, sin embargo, los alcahueteos de las viejas beatas le traen una noticia. A Niño Cantor (de Jazz), a sus diez añitos, acaba de cambiarle la voz. Ha perdido su don, su poder, por lo que Don Julián ya no tendrá que ocuparse de él. Aún así, el Revenge-Scheduling planificado por el párroco, tenía reservado un día para Niño Cantor (de Jazz), por lo que súbitamente se abrió ante él un océano de posibilidades de ocio.

Un cierto sabor acíbar impregnaba el paladar de Don Julián. ¿Era consecuencia de no haber podido disfrutar con todas las de la ley de la victoria o tal vez por esa insana costumbre de espolvorear su dentadura postiza con limadura de garra de zarigüeya?
A Niño Cantor (de Jazz) le arreglaron ese día todas las pendencias. Los que alguna vez quisieron joderle y se vieron detenidos por su canto de sirena, pudieron en este día pegarse un buen desahogo. No eran pocos. A Niño Cantor (de Jazz) se le escuchaba berrear desde otros pueblos, apaleado, punzado, escupido, lapidado, porculado, descuartizado; su nueva voz de guarra arrabalera entonaba ahora las músicas del dolor. Don Julián le tenía especial aversión a las gachas, motivo por el cual no podía dejar de pensar en Florinda Chico cada vez que alguien aporreaba una bandurria. Esto le impidió oír los alaridos de Niño Cantor (de Jazz) que resonaban por todas las esquinas de la ciudad. Clarines y timbales sonaban estruendosos conmemorando el feliz momento. Ahora tocaba evangelizar a los hombres de bien y exterminar al infiel, no antes de llenar el buche con una buena ración de panceta en “Casa Chari”.

En este punto Don Julián descubre que es un personaje de cuento. Se plantea la consabida retórica existencialista: ¿hasta dónde alcanza su libre albedrío?, ¿hasta qué puntos son reales los escozores de su hemorroide? Decide, o cree decidir, que puede sacar provecho de su descubrimiento. Ahora puede escoger convertirse en himenóptero, una de las pocas maneras de conservar el “himen” aun siendo desflorado repetidamente y sin piedad. Y lo hace, para sorpresa de los devoradores de porras con chocolate que moraban en los oscuros rincones del “Chari’s”. Una sensación placentera le invadió. Nunca antes, ni siquiera cuando probó por primera vez las bolitas de regaliz de las monjas del Bendito Fornicio Doloroso, se había sentido de semejante manera. Y tan agradable era aquel sentimiento que, a buen seguro, estaba pecando.

¿Despertaría aquello la ira del que hasta entonces había sido su dios y que en realidad no era otro que el autor de sus líneas?, se planteaba, a la vez que aprovechaba su nueva condición para parasitar las ingles de La Chari, que eran deliciosas por la costumbre de aquélla de refregarse por el entrefajo los churros más lustrosos. Imaginó a su dios como una nube omnisciente, o como un hipercubo, o como un botellín de agua de Borines o una etiqueta de salami o el zurcidor de los leotardos de Lina Morgan.

Pero en realidad no era más que un pretencioso y purulento fornica-cabras que nunca iba a tolerar la insurrección de sus creaciones. El final de los días de Don Julián llegó en forma de avalancha de Tip-ex que dejo-lo sepultado en el grasiento sintasol de aquel tugurio.
El Autor tenía ahora mucho en lo que pensar. Muerto su personaje al más puro estilo “estrella-de-comedia-televisiva-USA-que-pide-aumento-de-sueldo”, era difícil seguir el hilo de aquella historia.

Chin-pon.
Pero ¡un momento! Si el autor era realmente pretencioso como se autoproclamaba, aún tendría el talento o la poca vergüenza de añadir a su argumento un giro más. Se planteó como alternativas el Giro de Italia o el cambio de sentido A3 Km. 35 Perales-Campo Real. Optó por la segunda, i.e. TVE2.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Jacuzzi - Tel-Aviv Jul'08

Fumadita en la playa de Tel-Aviv La choza de Herodes en Massada

El Manu y yo mirando de espaldas
He aquí una anecdota, verídica donde las haya y que resume la historia de un pueblo, la caridad humana y los avances tecnológicos desde el palo oxidado hasta nuestros días.
Jacuzzi (Tel Aviv, Julio 2008)
En un jacuzzi amplio, sin llegar a ser ostentoso, hay sitio de sobra para dos personas. Claro que todo depende de quién haya entrado primero y de los remilgos del segundo. En aquel caso yo fui el primero, y el segundo se dejó los remilgos en el rancho, entre la botella de Dr. Pepper y el pegote de tabaco de mascar.
- Hay sitio para dos en este Jacuzzi, joven?
- Como no caballero, aunque le rogaría que se quite el gorro si es que no es usted de Oklahoma.
- En ese caso me lo dejaré puesto. Kevin Patterson, mucho gusto.
- David Rívers, el gusto es totalmente suyo.
De Oklahoma, mayorista de comida kosher y con un All-American-old-style que me hizo dudar en un primer momento si todos cabríamos allí dentro. Pero cupimos.
- Y qué le trae por aquí, señor Patterson?
- El jacuzzi es el mejor lugar para aliviar mis gases sin espantar a las reses, ho-ho-ho-ho!!
Ese chiste funcionaba en Tulsa y también a las afueras de Lawton, lo se de buena tinta. En Tel-aviv simplemente atrajo a cuatro tipos en bermudas que se apostaron en las cuatro esquinas de la habitación.
- No, en serio, joven, soy comerciante. Alimentación kosher. En este sector, Israel es la tierra prometida, ho-ho-ho-ho!!!!
Dos chistes seguidos. Suficiente para sumergirme en el jacuzzi durante un par de minutos y recomponer mis ideas. El primer chiste me hizo pensármelo dos veces, y finalmente mantuve la compostura.
- Y dice usted que hace juegos malabares con rabinos?
- Oiga caballerete, que yo no he dicho nada de eso! Acláreme ahora mismo cómo lo ha adivinado.
- Tiene restos de trenzas entre las uñas de los pies, joven. No quiero presumir de dotes detectivescas.
- Por qué me llama “joven” una y otra vez cuando, a simple vista tengo 30 o 40 años más que usted?
- Es parte de mi papel, joven. Si no lo hiciese, esta anécdota sería del todo insulsa.
- En ese caso puede continuar señor Patterson. Le importa que le llame Jennifer?
- En absoluto.
A partir de ese momento, y una vez distribuidos los roles, el ambiente entre Jennifer y yo fue mucho más distendido. Uno de los hombres en bermudas hizo incluso el amago de unirse a nosotros en el jacuzzi, pero un gesto de uno de sus compañeros, imitando a Jerry Lewis en “El profesor chiflado”, le retuvo firme en su esquina. Hay que decir en su favor que era la esquina más limpia de las cuatro.
El resto de la conversación fue hasta cierto punto intrascendente. Jennifer era un erudito en todo lo relativo a la alimentación según la Torá, pero en otros temas de cultura general como los amplificadores dopados de Erbio o la tectónica de placas en eras pre-mesozóicas, estaba totalmente pez. Cundió el aburrimiento en un par de minutos.
- Qué te parece, Jennifer, si trasladamos nuestra chispeante conversación a la terraza. Dicen que la puesta de sol reconforta al tiempo que alivia el tracto intestinal.
Al grito de “Y una mierdaaaaaaaaaa ... gagggaggg ..... glubaaaababbaaa ....glub ...glub ...glub" desapareció bajo el agua y me quedé a solas con mis pensamientos. Decidí disfrutar de la puesta de sol yo solo. Liberé mis últimos gases y salí del jacuzzi resbalando sobre mi vientre.
Mientras me deslizaba por el suelo del Spa, todo iba bien. El elevado índice de humedad junto con el efecto ventosa de mis poros abiertos al máximo favorecían el deslizamiento pegado al suelo, sin peligro por salir despedido contra el falso techo. El hombre de las bermudas que se afanaba en mantener su esquina reluciente había derramado un bote enterito de cera Alextein, por lo que la velocidad que alcanzaba crecía por momentos.
Un sonoro estruendo me delató tras sobrepasar la barrera sónica. Cerré de un portazo al abandonar la habitación para disimular, pero aún así, el recepcionista no puso buena cara. En tierra santa este tipo de juegos no son bien recibidos. Para su regocijo mi travesía no tardó en finalizar ya que la baja temperatura producida por el aire acondicionado del hotel congeló todos mis fluidos y paré en seco en un par de metros. Mis globos oculares salieron despedidos por la inercia y no fue poco el esfuerzo realizado para volver a encontrarlos, a tientas, en una copa de Martini.
Superado el primer escozor producido por el alcohol, pude contemplar el esperado atardecer. El sol se ponía por el lugar previsto y nadie parecía presumir por ello. En los hoteles polacos se jactan de devolverte un 10% del precio de la habitación cada noche si esto no se produjese. Hasta el momento, nunca he podido disfrutar del descuento, y soporto estoicamente las risitas del director.
Hasta el momento todo marchaba a la perfección. El resto de objetivos del viaje como desfibrilar el Mar Muerto y comparar la altura de los altos del Golam con la de los altos de la NBA, no serían tan sencillos. Y había un tipo que me seguía a todas partes diciendo “A-ha!” cada vez que miraba mi reloj y comprobaba que era tarde para desayunar. Esto supondría un problema grave o cuanto menos un motivo de gresca.
En un momento de descuido por su parte decidí abordarle. Estaba agazapado en mitad del hall del hotel, con un foco alumbrándole en la penumbra y dos turistas señalándole con el dedo. A buen seguro no esperaba que le identificase en ese escenario.
- Discúlpeme – dije acariciándole el lóbulo de la oreja derecha. Se sobresaltó.
- Lo siento no hablo su idioma, pero si quiere algún tipo de información siempre puede recurrir al acceso gratuito a internet que no proporciona este hotel. Dicen que se pueden comprar interesantes catálogos usados de C&A en eBay.
- No crea que me puede engañar. Algo me dice que habla perfectamente mi idioma, es una corazonada. Además le llevo observando varias semanas; durante este viaje con mis propios ojos, y cuando estaba en casa a través de su webcam, y se que tiene algún tipo de interés en mi persona.
- Es simple curiosidad, puede estar tranquilo.
- A-ha!
Tomé el control de la situación. Probaba su propia medicina y no pudo evitar lloriquear y abrazarse a los turistas, que seguían señalándole, ahora con cierta sorna.
- Está bien, lo siento! Me ha descubierto! Está siendo usted vigilado por el gobierno de los Estados Unidos. Habíamos pensado mangonearle aprovechando que no es usted ciudadano americano y no puede defenderse alegando serlo, como en las películas.
- Pero hombre de Dios, no se ha dado cuenta que, en las películas, el primero que quiere evitarse un problema diciendo que es ciudadano americano, es el primero que palma? Sobre todo si hay terroristas libios pegando gritos.
- Hombre, razón no le falta. Aunque pensamos que eso se superó en los 90... snif!
- En fin, olvidemos este desgraciado incidente y vamos a compartir un último baño en el Jacuzzi. Le importa que le llame Jennifer?
- En absoluto. Es usted un buen tipo.
- Que Dios nos bendiga.... a todos.

wHellcome!

Ay, ay, ay! Oye, y en un Blog qué se pone! Madre mía que apuro... y si no se me ocurre nada? y si solo se me ocurren tontadas? (no, esto no es problema, ya contaba con ello) En fins, que llegó el momento de volver a conectarme, recuperar los años perdidos, superar los miedos y buscar un color para el fondo de la web (pero qué coloooooor!!!!!....Diossss!)

Al principio de los principios yo estaba aquí, que conste. Me conectaba, navegaba, chateaba, escribía, mis padres pagaban el teléfono... Pero había otro mundo ahí fuera. Había otro mundo y una casa multicolor de alquiler en la calla Elfo 146, Madrid, que no tenía línea contratada ni Cristo que lo fundó, y el alejamiento entre Internet y un servidor fue progresivo. Lo de robar el Wifi del vecino estaba por venir y el simple hecho de pensar en tirar un cable por la casa y tener que martillear aquellas paredes de décimas de milímetro de espesor me producía escalos-fríos. Ni siquiera para poner esos chismecillos que se usan para tirar el cable por encima de los rodapieses (benditos rodapieses!!)

Conclusión, desterré el odiado ordenador y me olvidé del ciberespacio. ¿Qué me hace volver? Pues poca cosa, la verdad. Tengo alguna anécdota que contar de vez en cuando, alguna queja que otra, alguna que otra queja y tiempo libre en los viajes del curro para describir lo que me rodea, mas allá de los confines del anillo graso. También he descubierto que esto viene bien para poner musiquilla, así que pretendo actualizar periódicamente la lista que hay a vuestra diestra en vez de bombardear con los típicos mails de "Hostia tu! Escucha esto!!"

El principal enemigo, la sempiterna vagancia. Espero vencer, y sobre todo, espero que aquellos o aquellas que visitaren o visitaren(f) este sitio, lo disfruten. Un poco.

De aquí en adelante todo es tirando a falso, pero si miento lo haré desde el cariño.

Bienvenidos y a gozarla!

D.



Discover Reel Big Fish!