jueves, 2 de octubre de 2008

Socializar

Odio estar fuera de lugar. Y desde luego que allí lo estába. Para mantener mi inexpresividad y no delatarme como un profano en la materia, enumeraba una y otra vez las actividades que podían adornarse con el adjetivo “divertido”: una película, un concierto, un chiste, un comentario, un libro... y la lista continuaba generándose en mi cabeza como aquel que cuenta ovejas para conciliar el sueño.

Debo decir que nunca aparecieron en tal lista unos zapatos o un suéter, por mucho que las chicas apoyadas en el quicio de la puerta se empeñasen en resaltar dicha cualidad de sus "disfraces". Tal vez, en su lenguaje, eso pudiese traducirse como "Te has vestido como un puto payaso y no hay forma de que ninguno de los atractivos bohemios que hay en la sala se fije en ti, zorra!" Todo esto, manteniendo una perfecta sonrisa en los labios glossy y acariciándose y gesticulando en una flagrante invasión del espacio vital necesario para cualquier ser humano. Creo que eso se llama socializar.

Lo que me quedaba totalmente claro es que yo no quería socializar, al menos de ese modo. Le prometí a Andrea que iría con ella a la inaguración de su exposición, pero mi compromiso se reducía a:

1.Acompañar
2.Beber cerveza (o esperar, vamos, pero... en fin... lo mismo da)

Estuve dispuesto a cumplir con el compromiso como tributo a nuestra a amistad y, todo sea dicho, esperando que la cerveza fuese gratis, pero las pretensiones de la galería no eran tan altas: hubo que pagar, y pagué. Me sentí puta, además de apaleá.

Las obras permanecían colgadas en las paredes como el cuadro de los perros jugando al poker: nadie les prestaba demasiada atención y si alguien lo hacía, fácilmente podría esbozar una sonrisa (los menos educados directamente se carcajearían) Los dibujos de Andrea estaban bien, algunos en mi estilo, otros no, pero en general me gustaban y eran honestos. El resto era pura bazofia, aunque siendo humilde podría decir que estaban más allá de las entendederas artísticas de un servidor. Pero eran bazofia de primera división, no cabía duda.

El comportamiento generalizado al entrar era recorrer las paredes de las tres salas atusándose la perilla, la tuvieras o no, y sugiriendo posibles influencias de artistas archifamosos como Fulano de Tal y Mengano de Cual ("Mengano de Cual!! Estoy totalmente de acuerdo contigo!! Con clara influencia de Zutano Pascual, eso me lo tendrás que reconocer, jajejijoju!") Recordaban mucho en su paseo opinatorio al electricista que echa un vistazo rápido por las esquinas de tu casa y, tras cobrarte la visita decide volver "mañana". En ambas situaciones, tanto el electricista como el pseudoartista intelectualoide, hablan con la confianza que les da el pensar que los que le rodean son seres de una casta inferior, malditos con la vacuidad mental que les impide ver lo que ellos ven y evaluar la complejidad extrema de la obra. La principal diferencia es que el intelectualoide no asume que un cualquiera pueda llegar a entender nada de nada. El requisito imprescindible es ser ungido por el óleo de los dioses del pincel (o del papel higiénico o de los clips de colores.... lo que sea que se utilice como materia prima)

Decidí que pasear, contemplar, mirar y remirar las obras era la mejor actividad para cumplir con mi compromiso sin meterme en problemas a consecuencia de una socialización non grata. Siempre me quedará la duda de si habría sido fácil o difícil provocar un intercambio de manos en aquel lugar. La mayoría de los presentes pensarían que el poder del intelecto aplastaría cualquier conato de violencia, pero tal vez golpeando yo primero... lo tendré que probar en otra ocasión, sin compromisos de por medio.

Los intercambios verbales de los que pude disfrutar ascendieron a la difícil de soportar y por lo tanto irrepetible cantidad de tres.

El primero, inevitable, con el tipo que servía las cervezas. No era un camarero, sino uno de los "organizadores". Imagino que, haciendo uso de la "Táctica del abrevadero", empleada habitualmente en bares de copas y mediante la cual aseguras (al menos) contacto visual con mujeres situándote cerca de los servicios, pensó que tarde o temprano todo el mundo tendría que abrevar y, por tanto, hablar con él. De este modo se sucederían las interesantes conversaciones sobre abstracciones pictóricas y se asegurarían los contactos en el underground berlinés.

En cuanto al tema de los contactos, el rango de acción era reducido, porque salvo dos alemanes y un israelí, que daban el deseado aire cosmopolita al evento, el resto eran españoles y miembros de la misma secta endogámica. Eso sí, aunque no se pudiesen hacer contactos, había que mantener la pose ante los tuyos, por lo que el colegueo y la simpatía eran desbordantes. Desbordantes entre ellos, claro está. Yo era... uno.... "¿de quién dices que eres amigo?"... que pasaba por allí... "¿y cuantos días vas a estar aquí?"...de vacaciones... "¿ah, pero tu trabajas?".... de otro sector artístico... "¿en Madrid?".... "¿¡¡¿¡Y por que no trabajas en Berlín??!?!!" Menos mal que no dijo "...en Berlín, como nosotros" porque la botella de Beck's le habría salido cara. En total, que yo no era válido como contacto y mucho menos como abstractor, por lo que irremisiblemente retrocedía un puesto en la cola de las bebidas cada vez que llegaba un nuevo engendro.

El segundo contacto verbal fue con el israelí. El pollo debía de ser un experto en abstracciones y el rey del mambo en los locales de moda, porque no pagó ni una sola cerveza en toda la noche. Una de esas personas que le dan caché a un acto social. Me preguntó algo, en alemán. "Lo siento pero no hablo alemán" contesté, en inglés. "Me estaba preguntando como se llama la marca de cigarros que estás fumando" dijo él, en Inglés. "Lo que te estás preguntando es si te voy a dar uno, verdad?" una vez más y de aquí en adelante sólo en inglés. "Si, si...jajejijoju!!!.... estoooo... de donde eres?" Esta frase fue determinante, porque una de dos: o se veía obligado a darme conversación para agradecerme mi cigarro, o el cigarro era la primera de las cosas que quería conseguir de mi. Tras un par de quiebros por mi parte y alguna mirada despistada en busca de nada en particular le hice entender, una de dos: que el mejor pago que me podría hacer por mi cigarro era largarse, o que si quería algo más que un cigarro se iba a tener que conformar con que le diese fuego. Tal vez fui un poco brusco al fin de al cabo, porque de toda la fauna que había por allí, éste era de lo más aceptable. Mi posición defensiva, en cualquier caso, estaba más que justificada.

Un par de paseos arriba y abajo, un par de cervezas más y en el marcador electrónico del compromiso se podía leer en enormes y luminosas letras la palabra "SATISFECHO" Como soy experto en acercamientos del tipo "como-que-no-quiere-la-cosa", hice gala de mi movilidad y, esquivando a todos los elementos hostiles me situé a espaldas de Andrea. Para mi sorpresa, su situación era bastante más comprometida que la mía. El joven alternativo que departía amablemente con ella, además de ser un clon prototípico de de un ser vivo muy cool, manifestaba claros síntomas de genialidad artística: exaltación y euforia cuando hablaba él sobre él mismo, y falta de atención y narcolepsia cuando hablaba alguien que no fuese él y no lo hiciese sobre su persona (la del ser vivo cool, no la del que hablaba). Era el resultado de mezclar un buen chorretón de ego con psicotrópicos a granel y unos padres capaces de mantener un parásito en el extranjero sin la esperanza de que produzca nada a cambio. Reproducir su conversación requeriría un análisis demasiado profundo, así que baste decir que el individuo estaba espolvoreando sobre la cabeza de Andrea unas cenizas a modo de repelente de espíritus malignos-arruina-exposiciones. Las cenizas fueron esparcidas también sobre sus cuadros, y los últimos restos no se bien si se los frotó él mismo por su cara y sus lustrosas melenas, o si los introdujo discretamente en su nariz. En cualquier caso, el ritual terminaba haciendo que Andrea diese tres vueltas sobre si misma, momento que aproveché para cruzar nuestras miradas rogando una retirada a tiempo.

No hicieron falta muchos ruegos. A la tercera vuelta sobre su propio eje Andrea me utilizó de salvavidas. "Ah!! Estás aquí?!!? Me estabas buscando verdad?? Oh, siento haberte dejado solo!... Estooo... Marc, gracias por tu ritual, seguro que me va genial" - "De naaada tiiiía.... pero recuerda que esto tienes que hacerlo todos los días! El que algo quiere algo le cuesta!!" Y prometo que yo no abrí la boca.

"Por qué no vamos al bar de ayer, el de las paredes de peluche. Creo que ya has vendido bastantes cuadros, no?" sugerí, no sin un punto de ironía. "No es necesario que insistas" contestó Andrea con una mueca que desaprobaba mi comentario. Intentamos no desviar mucho la mirada de nuestro objetivo principal, que no era otro que la puerta, pero aún así, justo antes de llegar, mi tercer y último intercambio verbal fue inevitable. La chica de los "zapatos divertidos" seguía apoyada en el marco de la puerta controlando entradas y salidas, y aunque casi me disloco el cuello mirando hacia otro lado, me detuvo y me preguntó muy animada "Pero... ya os vais?? Es que no os vais a apuntar a la fiesta cosmo-punk en el Chupitrank.?" Lo último que quería era que mi concepto del punk se viese contaminado por aquellos pequeños seres de colores. "No, pero gracias por la invitación. Ya estamos mayores para esto" dije muy educado. "Ayyy.. teneis que darle mas vidilla al cuerpo hombre!!!"

Tengo que aclarar que había más gente en el evento. Probablemente muchos eran majetes pero no les di demasiadas oportunidades para demostrarlo. Suelo tender a protegerme en entornos "alien" ... y tal vez sea algo intransigente... pero lo cierto es que estoy muy mayor para socializar.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajajajajaj!Que recuerdos! Yo socialicé todavia menos...no tenia tabaco.