jueves, 25 de marzo de 2010

Holiday Inn, Wasaw: Room 245

Un último sorbo apurando la taza de café. Descafeinado, para no sufrir toda la noche los efectos de la cafeína. Especialmente hoy no me vendría bien.
La habitación del hotel no queda lejos, pero el cansancio multiplica las distancias. Una esquina. Otra esquina. Doblo la siguiente y ya veo al tipo que vigila la puerta por las noches.
Llevo en esta ciudad una semana y aún me mira de arriba abajo, desconfiado, como si fuese la primera vez que me ve por allí. Intento resistirme a desearle buenas noches, sólo por orgullo, pero me pierde la maldita buena educación. “Buenas noches” Lo digo bajito, entre dientes, pero me oye. Por eso no contesta el muy cabrón, porque me ha oído. Eso sí, me sigue con la mirada hasta que desaparezco tras las puertas del ascensor.
Room 245. Segundo piso. Recuerdo hace años, cuando pisé un hotel por primera vez. En su día me pareció un descubrimiento que la numeración de las habitaciones se correspondiese con los pisos. “En qué planta está mi habitación?” pregunté a la recepcionista. A cambio recibí una mirada compasiva y una explicación de lo más detallada “En el segundo. Si empieza por 2 está en el segundo, si empieza por 3 en el tercero, y así en todos”. Si hubiese sido el tipo de la puerta en lugar de aquella simpática muchacha me habría escupido a la cara y echado del hotel a patadas, por preguntar. Por pardillo, mas bien. Pero qué le vamos a hacer, no todos somos tan espabilados como tu. Hijo de puta.
Otra vez en la 245. Seguro que he estado en más habitaciones 245 de las que puedo recordar. Aunque precisamente lo discreto del número es lo que ahora hace que me resulte familiar. Un 222, o un 545, a pesar de sus agradecidas simetrías, me pasarían desapercibidos.
No me lavo los dientes. A penas queda un poco de pasta y la guardo para mañana, después del desayuno. Creo que seré capaz de soportar mi propio aliento esta noche. Y de todos modos, el Jueves tengo consulta con el dentista. No creo que sea tan grave.
Pero no puedo dormirme en un hotel sin poner la televisión aunque sea un rato. Es un pequeño ritual, unos momentos para disfrutar de la poca compañía que tendré hasta que vuelva a casa. 
Improviso un pijama con la camiseta de turno. Enciendo la tele. No quiero comprar película. No quiero comprar porno. Solo la tele: en el 1, polaco; en el 2, polaco; en el 3, polaco. Y sigue.
En el 23, en alemán, un capítulo de “Perdidos” que ya he visto. El idioma no es problema. Según se suceden las escenas voy recordando los diálogos, o al menos las cosas importantes. Hasta parece que entiendo lo que oigo. Otro avance en mis habilidades lingüísticas, y sin apenas esfuerzo.
Esta escena no la recuerdo. Sawyer entra en una habitación de hotel. La 245. Sonrío. Es un último aviso para que me duerma de una vez, estoy seguro. Apago la tele y pongo el radio-despertador. Adenñas pongo el despertador de mi móvil. Y pongo el despertador del móvil de empresa. Llamo a recepción: “Wake me up at 7:00am, please” Y ya está, a dormir.
Al cabo de un rato empiezo a dudar de que lo que tomé en el restaurante fuese un “Decaf Espresso” Ha sido un día largo, una semana muy larga, y estoy agotado. Repaso los momentos, repaso las situaciones, recuerdo las conversaciones. Las voces suenan como enlatadas. Un sonido familiar, aunque no muy agradable. Esas voces de lata me evocan a figuras alargadas, y curvadas, curvadas sobre mi, agazapado, pequeño, enano, ínfimo.
“David” ¿Qué? Nada. Me pitan los oídos, será por el ruido del restaurante.
“David” Lo he oído. No reconozco la voz, pero viene más o menos de donde está la lamparita de la mesilla, a escasos 20cm de mi cabeza.
¿Abro los ojos? Mejor no. Solo escucho. Moverme hacia el centro de una cama de 2x2 no me parece una buena idea. Me siento más seguro en mi esquina. Meter los brazos bajo las sábanas si. Y lo hago.
“David”. Mierda. Joder.
¿Abro los ojos? No. Me siento más seguro con los ojos cerrados. Si aprieto los párpados lo suficiente, la oscuridad es total. Si los relajo, la oscuridad tiene contrastes. 128 tonos de gris que se mueven, aparecen, desaparecen. Pero son los neones del centro comercial, que se asoman por la ventana.
“David” La última vez. Necesito ver.
Abro los ojos.
Las 7:00 a.m.
Lo que esperaba. Es terrorífico. Todo vuelve a empezar.

4 comentarios:

Perune dijo...

Cuando leo cosas asi me dan ganas de ponerme a escribir. Parece hasta facil.

Anónimo dijo...

Muy, muy, muy bueno. De verdad.
Trane.

María Uhalte Cisneros dijo...

Muy buena la historia, quiero más!!!!!!!!

Idoia dijo...

Bien escrito, terrorificamebte realista.
Me perdonas por felicitarte tan tarde?
Un beso para desearte muchos dias felices este nuevo año!