martes, 12 de mayo de 2009

El día en el que quedé en ridículo


El día en el que quedé en ridículo me puse de un color extraño. Un color que difícilmente puede describirse, pero que refleja a la perfección el estado deplorable en el que queda el orgullo personal de uno, como la visión de un hongo nuclear advierte sobre la destrucción total de materia y almas. Igual.

Meditas sobre las consecuencias de tu acción. Todas catastróficas. Sin solución. Avocado a la marginación y al desprestigio durante veintitrés generaciones.

El día en el que quedé en ridículo sentí todo eso y más. Aunque simpre te encuentras al que suelta una risilla como resoplando hacia un lado y le quita importancia. Y puede que tenga razón, pero ese extraño color que emborrona mi cara llama más la atención que el hecho en si. Si alguien no se había enterado, eh! miradme!, este es el día en el que quedé en ridículo!

El día en el que quedé en ridículo queda grabado en la memoria, solo el tiempo suficiente como para que llegue el siguiente día en el que quedé en ridículo. Porque ese día se repite periodicamente, y el tiempo que pasa en ese periodo es un suspiro. O eso, o es que el tiempo se detiene en cada uno de los momentos en los que que quedé en ridículo. Eternos, eternos, eternos, eternos...

El día en el que quedé en ridículo levanté la mano en clase para preguntar una estupidez. El día en el que quedé en ridículo le pedí un beso a la chica equivocada. El día en el que quedé en ridículo llevaba la bragueta abierta. El día en el que quedé en ridículo me pillaron haciendo manitas en clase de física. El día en el que quedé en ridículo me caí de culo. El día en el que quedé en ridículo respondí al email que no debía. El día en el que quedé en ridículo fue ayer, es hoy, será... dentro de poco, estoy seguro.

Y no estaré preparado. Nunca me acostumbraré, porque para esto de quedar en ridículo se necesita mucha práctica y puede que mi cabeza no funcione del modo correcto para asimilarl el concepto. Siempre se repite la secuencia fatal: nervios, saturación neuronal, perdida de consciencia, los procesos racionales se suspenden y la inercia de mis acciones me arrastra y me arrastra.

La solución será, a buen seguro, no pensar demasiado, ni antes, ni durante, ni después. Hay otra alternativa; pensar constantemente... pero es agotador.

1 comentarios:

Bego dijo...

lo bueno del ridículo es que nadie está a salvo, mañana le tocará a otro, y seguro que con el tiempo te acabas riendo de lo que sea que te haya pasado, ya verás.