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domingo, 6 de marzo de 2011

Un pequeño despiste

No pasan diez minutos sin que Radek Wilimski repase, una tras otra, todas aquellas cosas que le atormentan. Las visualiza, las interioriza, las clasifica, las prioriza y las condensa en un único sentimiento de angustia y desconsuelo.

Sentado en el metro, camino al trabajo, su rostro reflejado en la oscuridad del túnel le devuelve una sonrisa. "¿Por qué?", se pregunta Radek. Harbá sido un pequeño despiste fruto del cansancio que le acompaña cada mañana hasta el segundo o tercer café.

Se siente obligado a corregirlo, y se pregunta "¿Qué era lo que me preocupaba?" Y en un alarde de disciplina mental repasa, una tras otra, todas aquellas cosas que le atormentan. Las visualiza, las interioriza, las clasifica, las prioriza y las condensa en un único sentimiento de angustia y desconsuelo.

La oscuridad del túnel ya no sonríe. Todo vuelve a donde debe estar. Y Radek sigue adelante, convencido de que nada puede ir peor. Tranquilo.

jueves, 25 de marzo de 2010

Holiday Inn, Wasaw: Room 245

Un último sorbo apurando la taza de café. Descafeinado, para no sufrir toda la noche los efectos de la cafeína. Especialmente hoy no me vendría bien.
La habitación del hotel no queda lejos, pero el cansancio multiplica las distancias. Una esquina. Otra esquina. Doblo la siguiente y ya veo al tipo que vigila la puerta por las noches.
Llevo en esta ciudad una semana y aún me mira de arriba abajo, desconfiado, como si fuese la primera vez que me ve por allí. Intento resistirme a desearle buenas noches, sólo por orgullo, pero me pierde la maldita buena educación. “Buenas noches” Lo digo bajito, entre dientes, pero me oye. Por eso no contesta el muy cabrón, porque me ha oído. Eso sí, me sigue con la mirada hasta que desaparezco tras las puertas del ascensor.
Room 245. Segundo piso. Recuerdo hace años, cuando pisé un hotel por primera vez. En su día me pareció un descubrimiento que la numeración de las habitaciones se correspondiese con los pisos. “En qué planta está mi habitación?” pregunté a la recepcionista. A cambio recibí una mirada compasiva y una explicación de lo más detallada “En el segundo. Si empieza por 2 está en el segundo, si empieza por 3 en el tercero, y así en todos”. Si hubiese sido el tipo de la puerta en lugar de aquella simpática muchacha me habría escupido a la cara y echado del hotel a patadas, por preguntar. Por pardillo, mas bien. Pero qué le vamos a hacer, no todos somos tan espabilados como tu. Hijo de puta.
Otra vez en la 245. Seguro que he estado en más habitaciones 245 de las que puedo recordar. Aunque precisamente lo discreto del número es lo que ahora hace que me resulte familiar. Un 222, o un 545, a pesar de sus agradecidas simetrías, me pasarían desapercibidos.
No me lavo los dientes. A penas queda un poco de pasta y la guardo para mañana, después del desayuno. Creo que seré capaz de soportar mi propio aliento esta noche. Y de todos modos, el Jueves tengo consulta con el dentista. No creo que sea tan grave.
Pero no puedo dormirme en un hotel sin poner la televisión aunque sea un rato. Es un pequeño ritual, unos momentos para disfrutar de la poca compañía que tendré hasta que vuelva a casa. 
Improviso un pijama con la camiseta de turno. Enciendo la tele. No quiero comprar película. No quiero comprar porno. Solo la tele: en el 1, polaco; en el 2, polaco; en el 3, polaco. Y sigue.
En el 23, en alemán, un capítulo de “Perdidos” que ya he visto. El idioma no es problema. Según se suceden las escenas voy recordando los diálogos, o al menos las cosas importantes. Hasta parece que entiendo lo que oigo. Otro avance en mis habilidades lingüísticas, y sin apenas esfuerzo.
Esta escena no la recuerdo. Sawyer entra en una habitación de hotel. La 245. Sonrío. Es un último aviso para que me duerma de una vez, estoy seguro. Apago la tele y pongo el radio-despertador. Adenñas pongo el despertador de mi móvil. Y pongo el despertador del móvil de empresa. Llamo a recepción: “Wake me up at 7:00am, please” Y ya está, a dormir.
Al cabo de un rato empiezo a dudar de que lo que tomé en el restaurante fuese un “Decaf Espresso” Ha sido un día largo, una semana muy larga, y estoy agotado. Repaso los momentos, repaso las situaciones, recuerdo las conversaciones. Las voces suenan como enlatadas. Un sonido familiar, aunque no muy agradable. Esas voces de lata me evocan a figuras alargadas, y curvadas, curvadas sobre mi, agazapado, pequeño, enano, ínfimo.
“David” ¿Qué? Nada. Me pitan los oídos, será por el ruido del restaurante.
“David” Lo he oído. No reconozco la voz, pero viene más o menos de donde está la lamparita de la mesilla, a escasos 20cm de mi cabeza.
¿Abro los ojos? Mejor no. Solo escucho. Moverme hacia el centro de una cama de 2x2 no me parece una buena idea. Me siento más seguro en mi esquina. Meter los brazos bajo las sábanas si. Y lo hago.
“David”. Mierda. Joder.
¿Abro los ojos? No. Me siento más seguro con los ojos cerrados. Si aprieto los párpados lo suficiente, la oscuridad es total. Si los relajo, la oscuridad tiene contrastes. 128 tonos de gris que se mueven, aparecen, desaparecen. Pero son los neones del centro comercial, que se asoman por la ventana.
“David” La última vez. Necesito ver.
Abro los ojos.
Las 7:00 a.m.
Lo que esperaba. Es terrorífico. Todo vuelve a empezar.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Eediohts 2

* Continúa de Eedioths

Hizo el recién proclamado líder Eedioht usufructo de la autoridad concedida a su persona.
"Bienvenidas sean las moscas alienigenas.
Hagan de nuestro hogar el suyo propio,
tomen nuestra propiedad como la suya propia
y súbanse a nuestras espaldas en largos paseos por el parque"
El pueblo Eedioht, ebrio de eediohtez, hizo apología del boato a los dípteros espaciales.
Y dieron comienzo los festejos. Y se celebró el principio del fin.
Diose en llamar a los recién llegados Companiatelefonicadespanha.
Permitióseles horadar profundas zanjas en el entramado urbano para depositar sus larvas.
Sembróse de postes y cables el medio rural al estilo decorativo de su planeta de origen.
Concediéronseles viviendas totalmente acristaladas, en este caso, sin motivo alguno.
Otorgáronseles valiosos minutos de publicidad en la parrilla televisiva.
Y decidieron, en agradecimiento, cobrar por todo ello.

Fue el renegado Eedioht, víctima de su rebeldía, ofrecido en sacrificio a LaCompania.
La multitud de varones congregada a la entrada del templo criticó sus hábitos nocturnos.
La multitud de mujeres congregada a la entrada del templo sonrojóse ante su abultada entrepierna.
Y los oídos del renegado manaron sangre.
Y de la sangre impía manufacturáronse jugosas morcillas que sirvieron de merienda a los parásitos voladores.

Ningún remedio Eedioht sirvió para aligerar la pesada digestión de las morcillas.
Cuarenta días y cuarenta noches maceró el embutido en sus vientres, desencadenando virulentas flatulencias.
Y las flatulencias llenaron 83,53 millones de zepelines que ascendieron a los cielos.
Y el planeta de los Eediohts se cubrió de sombras.

Y así les lució el pelo.



Libro sagrado de los Eediohts.
Apocalipsis
Capítulo 4, Versículo 24.

lunes, 18 de enero de 2010

Eediohts

En un extremo del planeta de los Eediohts se alzó una voz: "Yo no soy un Eedioht!!", dijo.
La voz resonó estruendosa a los oídos cercanos, pero rápidamente se difuminó entre entre el tejido social.
Fue aquella una emisión en contrafase a las ondas cerebrales del resto de Eediohts.
Y cuanto más gritaba, más se atenuaba su grito. Y cuanto más se esforzaba, más inútil era su esfuerzo.
Y la voz calló. Y la gente la ignoró, temerosos del Keh-dirh-Hahnn.

En otro extremo del planeta de los Eediohts se alzó otra voz: "Yo soy más Eedioht que todos vosotros!!", dijo.
La voz fluyó enérgica hasta los confines del planeta, cual gas expelido por laxo esfínter.
Fue aquella voz apenas un susurro. Nada mas lejos de un torrente. Pero todos oyeron su mensaje, que corrió de boca en boca.
Y la voz siguió resonando hasta el final de los tiempos
Y la gente la adoró por ser como la suya propia... pero mejor.

Hízose mofa y escarnio del renegado Eedioht, mientras niños y grandes disfrutaban de la lapidación pública.
Y diéronse de comer sus miembros a los cerdiohts.
Y subastáronse sus propiedades en plazas y mercados para, una vez adquiridas, ser asimismo lapidadas en domicilios particulares.

Alzose el nuevo líder con popular alborozo, mientras niños y grandes supuraban el fluido de la alegría.
Y de sus deposiciones matutinas construyose un templo.
Y prodújose la invasión de un cardumen de moscas alienigenas que hizo del templo su hogar.

Y así les lucio el pelo.

Libro sagrado de los Eediohts.
Apocalipsis
Capítulo 4, Versículo 23.

martes, 12 de mayo de 2009

El día en el que quedé en ridículo


El día en el que quedé en ridículo me puse de un color extraño. Un color que difícilmente puede describirse, pero que refleja a la perfección el estado deplorable en el que queda el orgullo personal de uno, como la visión de un hongo nuclear advierte sobre la destrucción total de materia y almas. Igual.

Meditas sobre las consecuencias de tu acción. Todas catastróficas. Sin solución. Avocado a la marginación y al desprestigio durante veintitrés generaciones.

El día en el que quedé en ridículo sentí todo eso y más. Aunque simpre te encuentras al que suelta una risilla como resoplando hacia un lado y le quita importancia. Y puede que tenga razón, pero ese extraño color que emborrona mi cara llama más la atención que el hecho en si. Si alguien no se había enterado, eh! miradme!, este es el día en el que quedé en ridículo!

El día en el que quedé en ridículo queda grabado en la memoria, solo el tiempo suficiente como para que llegue el siguiente día en el que quedé en ridículo. Porque ese día se repite periodicamente, y el tiempo que pasa en ese periodo es un suspiro. O eso, o es que el tiempo se detiene en cada uno de los momentos en los que que quedé en ridículo. Eternos, eternos, eternos, eternos...

El día en el que quedé en ridículo levanté la mano en clase para preguntar una estupidez. El día en el que quedé en ridículo le pedí un beso a la chica equivocada. El día en el que quedé en ridículo llevaba la bragueta abierta. El día en el que quedé en ridículo me pillaron haciendo manitas en clase de física. El día en el que quedé en ridículo me caí de culo. El día en el que quedé en ridículo respondí al email que no debía. El día en el que quedé en ridículo fue ayer, es hoy, será... dentro de poco, estoy seguro.

Y no estaré preparado. Nunca me acostumbraré, porque para esto de quedar en ridículo se necesita mucha práctica y puede que mi cabeza no funcione del modo correcto para asimilarl el concepto. Siempre se repite la secuencia fatal: nervios, saturación neuronal, perdida de consciencia, los procesos racionales se suspenden y la inercia de mis acciones me arrastra y me arrastra.

La solución será, a buen seguro, no pensar demasiado, ni antes, ni durante, ni después. Hay otra alternativa; pensar constantemente... pero es agotador.

jueves, 16 de abril de 2009

¿Qué fue de Otto?

- Por cierto, ¿qué fue de Otto? Otto, ¿Te acuerdas? Estaba destinado con nosotros arriba, en "Sistemas de Combate". ¿Te acuerdas? Era un negro bastante simpático. No callaba el tío. No me digas que no te acuerdas. Aquel que se levantó para rezar en plena charla para la convocatoria. Era fervoroso el tío, si señor. Católico, protestante, adventista, baptista, evangelista, menonita, o yo que coño se. El típico pirado del típico agujero del medio-oeste. Ya sabes, en esos sitios si no te reunes en torno a algo que brille no hay forma de socializar. Y quien dice socializar dice echar un polvo, ¿eh? ¿Entiendes? ¿Eh? JAJAJA. Estos paletos solo piensan en eso. No me digas que no te acuerdas. ¡Si le apuntamos en la lista de voluntarios cuando se fue a rezar! El muy patán se levantó envuelto en sudor y con cara de bobo cuando supo para qué era la convocatoria. Hace falta ser patán. Solo por darle a un botón. ¿Y qué mas da? Si no lo haces tu lo iba a hacer otro. ¿Te acuerdas cuando le apuntamos? Puede que hasta fuese el único en la lista... no lo había pensado. No creo que tengamos que lamentarnos de todas formas. Estamos aquí encerrados porque alguien pulsó el botón. ¿Qué mas da que fuese Otto o que fuese otro? Yo no le culpo. Y tampoco estamos tan mal, vamos, digo yo. Mientras estemos en buena compañía, ¿eh? Que me dices, ¿eh? Seguro que Otto se está riendo ahora de todos nosotros. ¿Dónde estará? En otro bunker, seguro. Espero que mejor aislado que el nuestro, porque ya empiezo a ver a gente con deformidades sospechosas. Dan un poco de asco, ¿no crees?. Este Otto... era un negro bastante simpático. No me puedo creer que no te acuerdes. ¿Qué habrá sido de el? Me gustaría saber si sigue rezando. No nos vendría mal alguna que otra oración por aquí. La gente empieza a estar desesperada. No se por qué la verdad. A mi no se me ha perdido nada ahí fuera. Aquí no se está del todo mal. Salvo por las deformidades, el que las tenga, y por la escasez de comida, que por otra parte, yo llevo bastante bien. Me conservo en forma. Tu pareces más delgado que cuando nos encerraron. Cuánto ha pasado, ¿6 meses? 6 meses no es mucho tiempo, y en ningún caso puedes decir que aquí no se ve la luz del sol. ¡Afuera tampoco creo que se vea mucho! JAJAJA, ¿eh? JAJAJA. Bueno, un poco de humor para relajar el ambiente, hombre. Otto era un buen bromista. Me habría gustado ver su cara cuando le convocaron. ¡Y al pulsar el botón! Seguro que se está riendo ahora de todos nosotros. Espero volver a verle algún día. Cuanto tiempo estaremos aquí. No mucho, ¿no? El Comandante dijo que no mucho. Yo no me preocupo. Tampoco estamos tan mal. Cuando salgamos buscaré a Otto. Y deberías venir conmigo. Te descojonas con ese negro. En serio, y no te vendría mal. Cuando salgamos te llevaré conmigo. Será dentro de poco por lo que ha dicho el Comandante. La última semana se me ha hecho un poco larga, eso es cierto. El zumbido es lo que me pone de los nervios. Tu lo oyes, ¿verdad? El Comandante me dijo que no lo oía. Ese zumbido viene de fuera, seguro. Por eso no quiero estar fuera. Aquí se está bien, aunque alguien debería aislar el bunquer un poco mejor. Claro que si salimos pronto no merece la pena el esfuerzo. Tu crees que saldremos pronto, ¿verdad? si estamos un par de semanas más no merece la pena el esfuerzo, pero si se alarga... El Comandante dice que no durará mucho, pero todavía se oyen las bombas. Y el zumbido. Puede que tengan que pasar algunos días después de que paren las bombas. La verdad es que no tengo ni idea ¿Sabes quién sabía mucho de este tema nuclear? Otto. Era un tipo listo. Y fervoroso. ¡Y no callaba! No se, debería haber alguna forma de localizarle. ¿No crees? ¿Eh? colega.... ¡¡Espabila!!

- Hmm?

- ¡Que qué fue de Otto!


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Dr. Bloodmoney + conversación callejera

domingo, 15 de febrero de 2009

Avo-gando

Amedeo Avogadro
Via Vermicelli Neri, Bajo-C
Turín
Turín, 15 de Febrero de 1853

Estimado doctor Wilimski,

Como cada mes me dirijo a usted para notificarle el estado de mi actividad cerebral tras el, hasta el momento, exitoso trasplante de espinas dendríticas que me fue practicado el pasado 1 de Mayo de 1852.

Mi satisfacción es casi total, y salvo algún conato de ira (totalmente justificado, dada la inevitable existencia de otros seres vivos) y el reblandecimiento craneal que me acompaña cada mañana al trabajo y que me hace parecer, no sólo más feo de lo que soy, sino también increíblemente peludo, todo marcha a las mil maravillas.

En caso de que mantenga el interés por mi sinapsis y continúe con sus investigaciones, le comunico que me sería de gran utilidad una fórmula laxante que me permita soportar a la gente que, por obligación, me rodea cada día. Si es una solución ad-hoc, lo preferiría a un producto comercial. Estos últimos me hacen correr tras los carruajes, lo que junto a mi pelambre matutina me garantizaría un escopetazo diario, cuando no una sarta de escobazos de la portera de turno (malditas porteras, como os odio!)

Como puede ver, mi día a día transcurre dentro de la normalidad más absoluta. Si mi caso evoluciona positivamente y mis males remiten por completo le estaré eternamente agradecido.

Le diré que últimamente soy prolífico en la generación de gases intestinales, y ante mi convencimiento de que a iguales condiciones de presión y temperatura, estos contienen el mismo número de partículas que una vaporización de esencia de rosas, en su honor y como muestra de gratitud, bautizaré con su nombre el número de veces al mes que produzco mis evacuaciones. Darle mi nombre al número de partículas elementales existentes en un mol de cualquier substancia me ha proporcionado pingües beneficios, por lo que a buen seguro agradecerá mi ofrecimiento.

Sin otro menester, me despido con un saludo afectuoso. Póngame a los pies de su vajilla de Limoges.

A. Avogadro

martes, 13 de enero de 2009

Maritime affairs

Basado en dichos reales:

NVlllord: Oye tu!
NVlllord: cómo traducirías maritime affairs?
NVlllord: asuntos marítimos?


DRMortin: hombre, pues depende del contexto....
DRMortin: así, en plan literal, si, asuntos marítimos

NVlllord: pues paso, cambio de area
NVlllord: política marítima? o rollos con besugos?

DRMortin: si lo pones entre comillas, perfectamente puede significar que te va "romperles la cloaca a las merluzas"

NVlllord: jejeje graciosillo! vale ya me busco otra expresión que esa no me mola nada

DRMortin: política marítima también podría ser, o entorno marítimo, o ámbito marítimo, o marítimos para qué os quiero, o mar y timos S.A.

NVlllord: la última claramente!

DRMortin: que es más o menos hacerle el tocomocho al Capitán Pescanova
DRMortin: traduciendo la traducción

NVlllord: basta!!!!!

DRMortin: y si "tocas mucho" al capitan pescanova, lo mismo te da comerle el hocico al capitán Iglo o romperle la cloaca a una merluza, con lo que volvemos al principio de los principios....

NVlllord: nooooooooooooooooooooooooooooo

Pues si.
Este tipo de conversaciones son las que le dan a uno que pensar. Siiiiiiii señor.
No me queda más remedio que agradecer a "la chunga" su colaboración y esperar que no caiga en saco roto.

jueves, 2 de octubre de 2008

Socializar

Odio estar fuera de lugar. Y desde luego que allí lo estába. Para mantener mi inexpresividad y no delatarme como un profano en la materia, enumeraba una y otra vez las actividades que podían adornarse con el adjetivo “divertido”: una película, un concierto, un chiste, un comentario, un libro... y la lista continuaba generándose en mi cabeza como aquel que cuenta ovejas para conciliar el sueño.

Debo decir que nunca aparecieron en tal lista unos zapatos o un suéter, por mucho que las chicas apoyadas en el quicio de la puerta se empeñasen en resaltar dicha cualidad de sus "disfraces". Tal vez, en su lenguaje, eso pudiese traducirse como "Te has vestido como un puto payaso y no hay forma de que ninguno de los atractivos bohemios que hay en la sala se fije en ti, zorra!" Todo esto, manteniendo una perfecta sonrisa en los labios glossy y acariciándose y gesticulando en una flagrante invasión del espacio vital necesario para cualquier ser humano. Creo que eso se llama socializar.

Lo que me quedaba totalmente claro es que yo no quería socializar, al menos de ese modo. Le prometí a Andrea que iría con ella a la inaguración de su exposición, pero mi compromiso se reducía a:

1.Acompañar
2.Beber cerveza (o esperar, vamos, pero... en fin... lo mismo da)

Estuve dispuesto a cumplir con el compromiso como tributo a nuestra a amistad y, todo sea dicho, esperando que la cerveza fuese gratis, pero las pretensiones de la galería no eran tan altas: hubo que pagar, y pagué. Me sentí puta, además de apaleá.

Las obras permanecían colgadas en las paredes como el cuadro de los perros jugando al poker: nadie les prestaba demasiada atención y si alguien lo hacía, fácilmente podría esbozar una sonrisa (los menos educados directamente se carcajearían) Los dibujos de Andrea estaban bien, algunos en mi estilo, otros no, pero en general me gustaban y eran honestos. El resto era pura bazofia, aunque siendo humilde podría decir que estaban más allá de las entendederas artísticas de un servidor. Pero eran bazofia de primera división, no cabía duda.

El comportamiento generalizado al entrar era recorrer las paredes de las tres salas atusándose la perilla, la tuvieras o no, y sugiriendo posibles influencias de artistas archifamosos como Fulano de Tal y Mengano de Cual ("Mengano de Cual!! Estoy totalmente de acuerdo contigo!! Con clara influencia de Zutano Pascual, eso me lo tendrás que reconocer, jajejijoju!") Recordaban mucho en su paseo opinatorio al electricista que echa un vistazo rápido por las esquinas de tu casa y, tras cobrarte la visita decide volver "mañana". En ambas situaciones, tanto el electricista como el pseudoartista intelectualoide, hablan con la confianza que les da el pensar que los que le rodean son seres de una casta inferior, malditos con la vacuidad mental que les impide ver lo que ellos ven y evaluar la complejidad extrema de la obra. La principal diferencia es que el intelectualoide no asume que un cualquiera pueda llegar a entender nada de nada. El requisito imprescindible es ser ungido por el óleo de los dioses del pincel (o del papel higiénico o de los clips de colores.... lo que sea que se utilice como materia prima)

Decidí que pasear, contemplar, mirar y remirar las obras era la mejor actividad para cumplir con mi compromiso sin meterme en problemas a consecuencia de una socialización non grata. Siempre me quedará la duda de si habría sido fácil o difícil provocar un intercambio de manos en aquel lugar. La mayoría de los presentes pensarían que el poder del intelecto aplastaría cualquier conato de violencia, pero tal vez golpeando yo primero... lo tendré que probar en otra ocasión, sin compromisos de por medio.

Los intercambios verbales de los que pude disfrutar ascendieron a la difícil de soportar y por lo tanto irrepetible cantidad de tres.

El primero, inevitable, con el tipo que servía las cervezas. No era un camarero, sino uno de los "organizadores". Imagino que, haciendo uso de la "Táctica del abrevadero", empleada habitualmente en bares de copas y mediante la cual aseguras (al menos) contacto visual con mujeres situándote cerca de los servicios, pensó que tarde o temprano todo el mundo tendría que abrevar y, por tanto, hablar con él. De este modo se sucederían las interesantes conversaciones sobre abstracciones pictóricas y se asegurarían los contactos en el underground berlinés.

En cuanto al tema de los contactos, el rango de acción era reducido, porque salvo dos alemanes y un israelí, que daban el deseado aire cosmopolita al evento, el resto eran españoles y miembros de la misma secta endogámica. Eso sí, aunque no se pudiesen hacer contactos, había que mantener la pose ante los tuyos, por lo que el colegueo y la simpatía eran desbordantes. Desbordantes entre ellos, claro está. Yo era... uno.... "¿de quién dices que eres amigo?"... que pasaba por allí... "¿y cuantos días vas a estar aquí?"...de vacaciones... "¿ah, pero tu trabajas?".... de otro sector artístico... "¿en Madrid?".... "¿¡¡¿¡Y por que no trabajas en Berlín??!?!!" Menos mal que no dijo "...en Berlín, como nosotros" porque la botella de Beck's le habría salido cara. En total, que yo no era válido como contacto y mucho menos como abstractor, por lo que irremisiblemente retrocedía un puesto en la cola de las bebidas cada vez que llegaba un nuevo engendro.

El segundo contacto verbal fue con el israelí. El pollo debía de ser un experto en abstracciones y el rey del mambo en los locales de moda, porque no pagó ni una sola cerveza en toda la noche. Una de esas personas que le dan caché a un acto social. Me preguntó algo, en alemán. "Lo siento pero no hablo alemán" contesté, en inglés. "Me estaba preguntando como se llama la marca de cigarros que estás fumando" dijo él, en Inglés. "Lo que te estás preguntando es si te voy a dar uno, verdad?" una vez más y de aquí en adelante sólo en inglés. "Si, si...jajejijoju!!!.... estoooo... de donde eres?" Esta frase fue determinante, porque una de dos: o se veía obligado a darme conversación para agradecerme mi cigarro, o el cigarro era la primera de las cosas que quería conseguir de mi. Tras un par de quiebros por mi parte y alguna mirada despistada en busca de nada en particular le hice entender, una de dos: que el mejor pago que me podría hacer por mi cigarro era largarse, o que si quería algo más que un cigarro se iba a tener que conformar con que le diese fuego. Tal vez fui un poco brusco al fin de al cabo, porque de toda la fauna que había por allí, éste era de lo más aceptable. Mi posición defensiva, en cualquier caso, estaba más que justificada.

Un par de paseos arriba y abajo, un par de cervezas más y en el marcador electrónico del compromiso se podía leer en enormes y luminosas letras la palabra "SATISFECHO" Como soy experto en acercamientos del tipo "como-que-no-quiere-la-cosa", hice gala de mi movilidad y, esquivando a todos los elementos hostiles me situé a espaldas de Andrea. Para mi sorpresa, su situación era bastante más comprometida que la mía. El joven alternativo que departía amablemente con ella, además de ser un clon prototípico de de un ser vivo muy cool, manifestaba claros síntomas de genialidad artística: exaltación y euforia cuando hablaba él sobre él mismo, y falta de atención y narcolepsia cuando hablaba alguien que no fuese él y no lo hiciese sobre su persona (la del ser vivo cool, no la del que hablaba). Era el resultado de mezclar un buen chorretón de ego con psicotrópicos a granel y unos padres capaces de mantener un parásito en el extranjero sin la esperanza de que produzca nada a cambio. Reproducir su conversación requeriría un análisis demasiado profundo, así que baste decir que el individuo estaba espolvoreando sobre la cabeza de Andrea unas cenizas a modo de repelente de espíritus malignos-arruina-exposiciones. Las cenizas fueron esparcidas también sobre sus cuadros, y los últimos restos no se bien si se los frotó él mismo por su cara y sus lustrosas melenas, o si los introdujo discretamente en su nariz. En cualquier caso, el ritual terminaba haciendo que Andrea diese tres vueltas sobre si misma, momento que aproveché para cruzar nuestras miradas rogando una retirada a tiempo.

No hicieron falta muchos ruegos. A la tercera vuelta sobre su propio eje Andrea me utilizó de salvavidas. "Ah!! Estás aquí?!!? Me estabas buscando verdad?? Oh, siento haberte dejado solo!... Estooo... Marc, gracias por tu ritual, seguro que me va genial" - "De naaada tiiiía.... pero recuerda que esto tienes que hacerlo todos los días! El que algo quiere algo le cuesta!!" Y prometo que yo no abrí la boca.

"Por qué no vamos al bar de ayer, el de las paredes de peluche. Creo que ya has vendido bastantes cuadros, no?" sugerí, no sin un punto de ironía. "No es necesario que insistas" contestó Andrea con una mueca que desaprobaba mi comentario. Intentamos no desviar mucho la mirada de nuestro objetivo principal, que no era otro que la puerta, pero aún así, justo antes de llegar, mi tercer y último intercambio verbal fue inevitable. La chica de los "zapatos divertidos" seguía apoyada en el marco de la puerta controlando entradas y salidas, y aunque casi me disloco el cuello mirando hacia otro lado, me detuvo y me preguntó muy animada "Pero... ya os vais?? Es que no os vais a apuntar a la fiesta cosmo-punk en el Chupitrank.?" Lo último que quería era que mi concepto del punk se viese contaminado por aquellos pequeños seres de colores. "No, pero gracias por la invitación. Ya estamos mayores para esto" dije muy educado. "Ayyy.. teneis que darle mas vidilla al cuerpo hombre!!!"

Tengo que aclarar que había más gente en el evento. Probablemente muchos eran majetes pero no les di demasiadas oportunidades para demostrarlo. Suelo tender a protegerme en entornos "alien" ... y tal vez sea algo intransigente... pero lo cierto es que estoy muy mayor para socializar.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Infinito entre cuatro

(Continúa de "Infinito entre tres")

Ya en el hotel, Alegría y Alborozo recogieron mis maletas y las llevaron hasta la recepción con gran algarabía y en un dispendio de apretones de manos y abrazos de amistad eterna. Dos bueno mozos, pardiez!, pero más borrachos que un lemur. Eran marinos Ucranianos y en su melopea se creyeron botones del Grand Hotel Al-Jazeera, donde me disponía a alojarme.

El recepcionista no parecía inquietado en absoluto por mi presencia ni por la actitud de los grumetes. En realidad, ni por eso ni por ninguna otra presencia del universo conocido. Simplemente no parecía ser de los que se inquietan.

- Buenos días – Dijo en un alegre tono de bienvenida digno de una triste despedida.
- Nos de Dios – Respondí, tal y como me enseñaron los padres Maristas.
- ...

Cuando debería haberme preguntado qué deseaba, no lo hizo. Su desinterés era interesante.

- Quisiera una habitación – no pude dejar de traslucir cierto enfado.
- El hotel está completo – contestó impertérrito
- Oh, vaya, qué contratiempo! Por teléfono me aseguraron que tendría una habitación disponible!
- Aquí tiene la llave de su habitación – espetó, más impertérrito si cabe.
- Pero... cómo? Me acaba de decir que el hotel está completo!
- No se si se ha percatado usted, amigo de color lechal, pero este es un hotel de infinitas habitaciones.

El recepcionista salió de su letargo. Mi insinuación parecía haberle ofendido, o por lo menos alterado. Fue un despiste por mi parte haber olvidado la paradoja del Hotel de Cantor.



Cuando todos los huéspedes se hubieron mudado a la habitación siguiente a la que ocupaban, pude instalarme cómodamente en la habitación número 1, en la que afortunadamente no me esperaban sorpresas aparte del hilo infinitesimal de agua que salía de la ducha. Aquello no solo no me molestó, sino que me hizo esbozar una sonrisa. Tantos años esperando encontrar aquel lugar, y allí estaba, rodeado de las maravillas de un mundo sin límites.

Deshice mi maleta y, cómo no, otra vez Cantor me alegró la tarde. A pesar del expolio que había hecho Triple X en la aduana, el contenido de mi equipaje no había variado un ápice. Todos salimos ganando. Sobre todo yo, que pude calzarme mis mejores bermudas y unas sandalias ad-hoc para un paseo vespertino.

Y emprendí un largo y provechoso paseo por aquellas calles repletas de detalles que apenas llegaba a percibir. Al principio de mi paseo solo tuve ojos para aquello que me resultaba exótico. Aquellos matices del mundo no-finito del que tanto y tanto se había hablado desde el principio de los tiempos, desde la invención del símbolo "alfa" hasta la creación del acelerador de partículas que descubriría los orígenes del universo. Geometría, física, matemáticas, economía, lógica... todo estaba representado. Todo estaba allí al alcance de mi mano. Pero había algo más.

La gente. La gente era rara. No parecían compartir mi alegría. No parecían ser conscientes de la belleza que les rodeaba. Es más, me pareció percibir un inusitado interés por abandonar aquel lugar.



Me sentí incómodo. Culpable, hasta cierto punto. Yo era feliz por ser testigo de aquellas maravillas mientras los autóctonos parecían, como mínimo, miserables. Pude entonces, tras emplear una cabra aneja a modo de prismático, empezar a ver lo que ellos veían. Desesperados, intentaban sobrevivir en la inmensidad de la pobreza infinita de un mundo infinitamente rico. El universo les poseía a ellos y no al revés. Los alimentos, el agua, la ropa, la vivienda, todo estaba lejos de su alcance a pesar de parecer cercano, y la supervivencia en un lugar así supera con creces la resistencia de un ser humano. Porque eran seres humanos.




Los detalles del universo infinito dejaron de llamar mi atención a cada paso y la miseria llegó a abrumarme. Tanto que no fui consciente de que había salido de la ciudad.

Ante mis ojos un desierto infinito dividido en dos por una vía de tren. Un tren infinitamente largo e infinitamente cargado de minerales para satisfacer la infinita demanda del infinito consumo de nuestro mundo finito. Un mundo, este nuestro, con límites para casi todo, pero con un hambre que no los conocía, un hambre voraz. Una demanda infinita de bienestar que sólo puede ser satisfecha por un mundo con recursos, como aquel, poblado por unos seres esclavos, como aquellos, retenidos por aquel tren que no dejaba de pasar.



Parecía haber llegado al final de mi camino. Era imposible cruzar aquellas vías y superar el tren, barrera entre dos mundos.

Puede que hubiese alguna manera. Probé a correr paralelo al tren durante un rato, buscando un hueco entre dos vagones. Probé a buscar una compuerta abierta en alguno de ellos. Probé a intentar llegar al primero de todos y adelantarme a la locomotora. Nada funcionó.

Y finalmente caí agotado. De nuevo un ligero toque en la cuarta vértebra me sobresaltó:

- Hola amigo.

Cuatro aborígenes transportaban una embarcación sobre sus hombros y me sonreían nerviosos.

- Hola – Contesté.
- Intentas cruzar? También quieres escapar?
- Escapar? No, solo quiero ver lo que hay al otro lado. En realidad acabo de llegar.
- Acabas de llegar?? – dijeron varios de ellos con una sola voz y mirándose asombrados– Eso quiere decir, que vienes del otro lado!! Así que es cierto! Existe!!

Parecían más contentos que yo por la existencia de mi mundo. Según me dijeron, se oían historias de gente que había conseguido salir de allí y llegar hasta el mundo finito. Se conseguía tras superar aquellas vías, surcar el campo de fractales anti-persona y navegar durante unos cuántos días por un mar de dudas, al límite de la supervivencia, hasta las costas del norte.

¿Merecía la pena el riesgo? Ellos aseguraban que si.


- Quieres cruzar con nosotros? – Se ofrecieron amablemente a llevarme con ellos.
- Creo que.... no estoy seguro.... creo que por el momento me quedaré.
- De acuerdo, nosotros nos vamos. Según nuestro informador el siguiente vagón es la puerta.
- Bonne chance mes amies!
- Gracias corderete. Nos vemos en tu mundo.

Esperaron al vagón, corrieron junto a él, abrieron la compuerta y uno tras otro fueron cruzando al otro lado.

Me quedé solo, arrodillado y con una confusión terrible. Esperaba lo mejor para ellos pero no tenía claro si eso consistiría en llegar a mi mundo o en echarse atrás y volver al suyo.




Tal vez podrían intentar quedarse. Tal vez podrían intentar curar su universo aunque no fuese tarea fácil. Aquel tren infinito tendría que parar, dar marcha atrás y dejar parte de su contenido en aquella tierra. Aquel tren infinito tendría que parar, y abrir una puerta a los ingenios del mundo finito y a la ayuda desinteresada. Aquel tren infinito tendría que parar, y para ello habría que encontrar su caldera, extinguir el fuego infernal que la alimenta y detener la maquinaria que hace girar al mundo a velocidades de vértigo, a velocidades que hacen que muchos caigan por el camino o salgan despedidos: hacia el infinito.

Me puse en pié y caminé de vuelta a al hotel. Yo no necesitaba cruzar las vías. Yo tenía la llave que abría las puertas de mi casa. Ellos no la tenían. Yo si.

¿Y el camino de vuelta? Supuse que sería fácil. En realidad nunca llegué a salir totalmente de mi jaula.

(Chim-pon)

lunes, 22 de septiembre de 2008

Infinito entre tres

(continúa de "Infinito entre dos")

Lo que ocurrió a continuación no lo tengo del todo claro. Puede que incluso esté mezclando algunas partes de la historia, y no es para menos. Desde un principio todo fue confuso porque, a pesar de que mi viaje me llevaría de Madrid al Infinito, la primera mitad del trayecto sólo duró 3 horas. Antes de tomar el avión, en ningún momento me planteé que la duración de un viaje pudiese ser directamente proporcional al nombre del lugar de destino (algo totalmente lógico por otra parte, y si no pensemos en lo que se tarda en llegar a Tudela) aunque a posteriori no puedo evitar que me recorra un escalofrío por el espinazo sólo de planteármelo. Si pienso mucho en ello la sensación incluso me hace bailar, pero tengo que planteármelo en lenguas germánicas.

Aproveché la coyuntura para comenzar a rellenar mi libro de notas formulando un teorema al respecto. Lástima haber olvidado lo más básico de la notación algebraica. En su lugar dibuje, con un 6 y un 4, la cara de mi retrato. Pensándolo bien, fue lo mejor que pude hacer; ¿quién puede asegurar que la duración del viaje habría sido la misma si me hubiesen servido un café y unos cacahuetes? Tampoco se si la duración del viaje es función del número de niños a bordo, aunque desde luego, la sensación de duración es directísimamente proporcional.

Mención especial a una de las pocas decepciones del viaje: El punto medio entre Madrid y el Infinito resultó ser sorprendentemente normal. Cumple con todos los estereotipos de un espacio tridimensional estándar y a penas genera indeterminaciones. Los objetos que me rodeaban no mostraban ni medio rasgo lemniscático. Moebius se habría revuelto en su tumba.

Tras un tiempo de espera oportunamente finito (por Dios, tenía que salir de aquella vulgaridad!) estaba listo para comenzar la segunda mitad del trayecto.



Llamaron por megafonía: “Eduardo! Eduardo!” Acudí a la llamada a pesar de no ser para mi. Nadie pareció darse cuenta ya que tarareaba a voz en cuello “Granada, tierra soñada por mi” tal y como lo habría hecho el mismísimo Eduardo. Este alarde coral me garantizó cacahuetes a bordo.

- Siento no poder darle el café, pero el Comandante ha detectado cierta falta de control en su reverberación. Deberá corregirlo caballero. – Dijo la azafata.
- Lo que usted diga señorita, he venido a aprender – Humilde hasta decir basta.


El paisaje desde el aire, aunque repetitivo, mantenía una continuidad espacio-temporal casi académica. Salvo un pueblo Berebere que giraba sobre su propio eje, no identifiqué bucles reseñables o asíntotas dignas de mención. Cundió el desánimo. Entonces me dieron el café, en una clara maniobra de control mental.

Caí en un sueño profundo y, tarde o temprano, llegué a mi destino. No sabría decir cuándo.
Me desperté con un ligero toque en la cuarta vértebra.

- Caballero, despierte. Hemos llegado.
- Oh, lo siento. Esto… gracias señorita. Me he quedado traspuesto.
- Afortunadamente no se ha invertido. Habría tendido a cero irremisiblemente.
- ¿Cómo dice?
- Salga del avión por favor. Le esperan en la aduana.

Salí del avión un poco confuso y con miedo al esperado golpe de calor dadas las latitudes. No fue para tanto una vez en la pista. El golpe de calor vino cuando divisé al guardia de aduanas, una mezcla a partes iguales entre Don Sadam Hussein, M.A. Barracus y Anthony Blake. Sin duda obra de un Dios cruel y vengativo. Convine en apodarle “Triple X”.

- Vayan pasando! Vayan pasando! Dejen sus maletas en el mostrador su izquierda!
- Disculpe, me gustaría pasar el control con mi maleta. No quisiera perd…
- Deje la maleta y entre en la cabina – Ojos inyectados en sangre, colmillos puntiagudos, cuernos, rabo… todo el kit, vamos.
- Si señor – Humilde hasta decir basta.

La cabina era una caja de cartón con cortinas negras donde fui cacheado. Creo que hasta consiguieron arrancarme un par de capas de piel muerta y algo de epidermis. Fueron todo lo concienzudos que podían ser y me entretuvieron el tiempo necesario para que Triple X vaciase algo más de la mitad del contenido de mi maleta, por lo que pude ver entre las cortinas.

Es simplemente una estimación, pero en los 100 metros cuadrados de aquel aeropuerto pasé tres controles más y conseguí llegar a la calle 4 horas después de aterrizar. No fue una espera infinita pero se acercaba bastante. Mi destino estaba cerca.

Un taxi.

- TAXI señor?
- TAXI señor?
- TAXI señor?
- TAXI señor?
- mmmm….. si?

Hice lo posible por distribuir mi cuerpo entre los cuatro taxis y, tras cargar las maletas en uno de ellos me confié a su suerte e iniciamos, sin duda, el desplazamiento más peligroso del viaje.

Las calles de Nouadhibou representaban un caos escalofriante. Obra de un genio, sin duda. El asfalto que invade nuestras lujosas avenidas y pone límite inferior a nuestro universo urbano y vertical había sido oportunamente sustituido por partículas infinitesimales que se desplazaban por el aire de forma aleatoria y libre.


Los “Aquiles” Mauritanos perseguían a velocidad de vértigo a sus lentos burros “tortuga” sin llegar a alcanzarlos jamás, ajenos al cálculo infinitesimal y a las teorías del amigo Leibniz. Ante la duda de que si a pesar de que no todos los números son cuadrados, no hay más números que números cuadrados, los “vendados” apostados a ambos lados de la carretera comerciaban con interpretaciones varias al respecto. Todo, todo y todo lo que me rodeaba apuntaba con una gran flecha de neón rojo al final de mi viaje.



El trayecto hasta el hotel bien podía equivaler a un master en Oxford, y a penas tuve que remar un par de veces desde el aeropuerto!!

(y otro día termino...)

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Infinito entre dos

(Continúa de "Infinito entre uno")


Al llegar a casa, entre los billetes de cinco euros, el recibo de la compra y la correspondencia comercial que saqué del buzón, el papel se dejaba entrever. No lo había olvidado en ningún momento, solo intentaba ignorarlo hasta poder dejar las bolsas que me cortaban la circulación entre la primera y segunda falangetas. Estoy seguro de que el papel hizo lo que pudo por llamar mi atención.

Era como el antiguo mapa del tesoro. Los bordes medio quemados, muchos pliegues, como el abanico de la abuela, y con unos trazos firmes en los que se identificaba perfectamente una línea de costa, un barco velero indicando cuál de los dos lados era el del mar y un símbolo de infinito en un punto. Justo al lado de este punto había otro, en este caso flanqueado por un nombre: “Cansado”. Con un pedacito de papel adhesivo lo pegué en la esquina inferior derecha del monitor de mi ordenador, y ahí pasó mucho tiempo. Sobrevivió a varias mudanzas, incluso a varios ordenadores, y convivió con mi curiosidad y con mi obsesión.

Cierto día, jugando al basket con amigos, unos tipos del barrio me metieron en un lío. Fue una situación tensa que acabó con mi labio roto y mi orgullo en coma. Lo segundo no tenía tratamiento, pero lo primero me llevó a la farmacia antes de volver a casa. Mientras hacía cola pude oír la conversación del cliente que estaba siendo atendido:

- ¿Está segura de que no necesito vacuna para la Malaria? Preferiría estar seguro. ¿Está usted segura? ¿Segura? ¿Me oye? Está s...

- Para estar en el país durante un tiempo inferior a 15 días no es necesario. Puede comprobarlo en la web del Ministerio de Asuntos Exteriores.
- No se, no se. Un amigo estuvo en Senegal y se la tuvo que poner. Está bastante cerca, ¿no? Está cerca. Bastante cerca diría yo, ¿eh? ¿No?
- Senegal está al sur y allí el clima es más húmedo. ¿A qué ciudad va?
- A Nouadhibou, bueno, a un pueblo cercano un poco más al norte. A Cansado.

(Comorl??!)


Iba a necesitar algo más que un desinfectante y un anti-inflamatorio. Un poco de tila para soportar a aquel tipo y puede que algo para el corazón. ¿Cansado? No podía ser un pueblo. Un estado físico si, o como mucho un humorista de culto, pero no un pueblo. Si no caí fulminado al suelo fue gracias al expositor de cremas solares. No pude por menos que preguntar.


- Disculpe, ¿ha dicho que va a un lugar llamado Cansado?

- Si, eso he dicho – contestó el cliente, visiblemente molesto por la interrupción.
- ¿Y podría decirme dónde está ese pueblo?
- En Mauritania. Y si no le importa tengo algo de prisa, quisiera terminar con esta señorita cuanto antes. ¿Eh? ¿Le importa? Diga, ¿le importa a caso?

La señorita tenía cara de que si no terminaba con ella, era ella la que iba a terminar con él. Un cliente bastante impertinente (además de bajito y saltarín), pero cierto es que si en otro momento su comentario habría inflamado mis testículos casi tanto como mi labio, aquella vez hice de mi capa un sayo y salí de la farmacia sin mediar palabra y con la mirada perdida.


Me detuve en la puerta de la farmacia y, ya en la calle, recuperé el resuello y la consciencia. Volví a casa tan rápido como pude.


No perdí mucho tiempo mirando mi herida en el espejo ni lamentándome por la hinchazón y sus consecuencias en mi ya de por si deteriorado aspecto. Normalmente habría invertido un par de horas en esto, incluyendo el tiempo dedicado a lamentos y juramentos. Corrí hacia el ordenador y arranqué el papel del monitor. “Cansado” y a unos centímetros de esa palabra, que dada la escala podrían ser kilómetros, el infinito. Yo hice mi trabajo y Google Maps hizo el suyo. Mauritania, capital Nuakchott. Unos cuatrocientos kilómetros más al norte, Nouadhibou, y a pocos kilómetros de allí, Cansado, en la frontera con el Sahara occidental. La silueta del continente africano coincidía con mi mapa. Tenía que ir allí o lo lamentaría el resto de mi vida. ¿O lo lamentaría por no haberlo lamentado? No quise responder a la pregunta sin haber minipuntos en juego. Une semaine après j’avait tour préparé. Y era cierto; no necesitaba la vacuna de la malaria. Me conmovió pensar que el enano saltarían estaría retorciéndose de dolor por el pinchazo en su pequeña seta.


(y ya sigo otro día si eso…)

Infinito entre uno


Mi obsesión por el infinito me acompañó desde muy pequeño, exactamente desde el día en que mi madre tendía la ropa mientras yo jugaba alegre y despreocupado en la calle. En el momento en el que mi camiseta del equipo de fútbol cayó desde el tendedero y el número 8 quedó convertido a mis pies en un abismo inabarcable, comencé a ser consciente de la obsesión que me persiguió durante muchos años.

Lo que para mi no era fácil de concebir, para mi hermano Samuel parecía ser algo tangible y demostrable. “Yo te quiero más… ¿cuánto?... Infinito…. Pues yo infinito mas dos…. Infinito mas infinito!”. Supongo que la relación con su novia se basaba en eso, pero a mi no me cabía en la cabeza. Les miraba con una admiración, por lo visto, bastante molesta, y así me lo hacían saber lanzándome piedras entre lote y lote en el terraplén, pero no era capaz de identificar las magnitudes de amor que intercambiaban. Cuando hube perdido bastante sangre, dediqué mis mañanas a contar y contar, pero mi madre siempre me interrumpía a la hora de comer por lo que volvía a empezar desde cero después de “El coche fantástico”. No hubo manera de pasar de 20.000. El “infinito” debía de quedar muy lejos de esa cifra.

El resto de mi vida lo pasé buscando, pero el espacio que me rodeaba era finito. Mi impresión era que todo estaba al alcance de la mano. Ni un solo punto de apoyo para referenciar el concepto y afrontarlo desde una base comprensible. Naturalmente, el tiempo que invertía también era finito, y no sólo eso, se agotaba poco a poco a medida que aumentaba mi frustración.

En la puerta del supermercado de mi barrio había un mendigo. Llevaba en esa puerta toda la vida, o por lo menos desde que yo podía recordar. Me solía mirar con curiosidad y muchas veces me sonreía cuando pasaba a su lado contando en voz baja “quince mil doscientos tres, quince mil doscientos cuatro, quince mil doscientos cinco…” A veces hasta me guiñaba el ojo y me decía “Sigue chaval, sigue” No me daba mucha confianza; le faltaba un diente y tenía cosas en las orejas que, a pesar de crecer desde dentro, se veían desde fuera. Hasta mi madre me sujetaba de la mano cuando íbamos a comprar y me mantenía alejado de él. Por cierto, nunca le vi darle ni una sola limosna.

Cuando fui algo más grandote, un día me bloqueó el paso al salir del supermercado.

- Has llegado al final, chaval? Hace tiempo que no te oigo contar

Me hice el loco y le miré con cara de no entender, pero él sonrió. Metió su mano en el bolsillo y sacó un papel. Sólo contenía garabatos y unos cuantos trazos que puede que tuviesen sentido.

- Está aquí, sabes? Yo he estado allí – dijo, señalándolo con un dedo que tenía la uña más larga y negra que he visto en mi vida.
- De qué habla? - contesté sin querer darle mucha importancia
- Es el infinito. Yo estuve allí - Me miraba con los ojos muy abiertos. Quería que yo lo viese. Quería que me lo quedase.
- Muy bien, hombre- dije - aquí tiene unos céntimos, sólo me ha sobrado esto de la compra pero sie...
- No quiero tus céntimos! Quédate el mapa. Tienes que ir!!! AAHHGG-Ja-JA-JA! Puta!! Puta!! Tienes que volver!! AAAHHGGG!!

Me cogió de la muñeca, puso el papel en mi mano y cerró mi puño con fuerza. Sus nudillos estaban blancos, los huesos oprimían el escaso pellejo cuando apretaba. Sus ojos, por el contrario, oscurecidos y trasluciendo alivio y puede que algo más. Habría sentido miedo si hubiese sido más rápido de reflejos, pero inmediatamente me dio la espalda y caminó alejándose del supermercado. Alargaba una pierna, arqueaba la otra, salto y pirueta, y vuelta a empezar. Curiosa forma de alejarse. Fue la primera vez que le vi más allá de aquella puerta. Y la última vez que le vi.

(Y ya sigo otro día si eso...)

martes, 2 de septiembre de 2008

El niño cantor (de Jazz)

Esto es lo que pasa cuando se multiplexan en el tiempo y en el espacio dos mentes de dudosa capacidad, ya en su funcionamiento autónomo habitual.

Gracias Alex, Niñato y Criatura.


Don Julián, el párroco de Santa María Descalza tuvo que utilizar la fuerza una vez más. Odiaba ese juego de “cura bueno – cura malo” que se traía con Don Claudio, su sustituto en las épocas en las que su salud flojeaba, pero el rezo del rosario era para él uno de los momentos más importantes del día y no permitiría por nada del mundo que aquellos discípulos de Onán se lo arruinaran una vez más, como ya empezaba a ser costumbre. Las cuentas del rosario de Don Julián eran bolitas de regaliz de las monjas del Bendito Fornicio Doloroso, a cada oración él deglutía una. Así, cediendo quizá a la venial debilidad de la gula, evitaba cometer el pecado grave de soberbia excediéndose con el número de rezos. Le acababan de atorar en el cuarto Ave María aquellos hijos de ramera al mamporrear su portón.

Solo eran unos chavales del barrio. Inocuos, cierto es, pero en una edad en la que resultan tan molestos como uno de esos crucifijos de madera. De esos que, por no faltar al voto de pobreza, compraba al morito Mulay (al que tanto le abultaba la entrepierna) y que con sus rebabas arañaban el velludo tórax. El asunto es que allí estaban otra vez, blandiendo sus menudos falos, tratando de escandalizar a las feligresas. Bendita ignorancia. Si ellas ya lo habían visto todo!

Esta camarilla de potenciales yonquis la comandaba el que llamaban Niño Cantor (de Jazz). Su voz había hipnotizado por melodiosa a todos los que –afortunados- la escucharan. En su voz residía el carisma que le permitía dirigir a semejante banda de niñatos rebeldes nacidos de vientres podridos. De la mano de Niño Cantor (de Jazz) siempre pendía un cordel. Al extremo del cordel iba sujeto Pendenciero, el borreguito seropositivo cuyos dientes había tallado Niño Cantor (de Jazz) hasta convertir en horribles, horribles, colmillos.

Cuán divertido les resultaba ser los amos del barrio! A sus tiernos nueve años y recién “hostiados” por la santa madre iglesia, ya podían presumir de una lustrosa ristra de delitos que haría sonrojar al mismísimo líder del clan de los Charlines. Pendenciero les ponía las cosas bastante fáciles, por que negarlo. ¿Quién iba a ser el guapo que plantase cara a un animal que, al más mínimo arqueo de las cejas de su amo, era capaz de descomponer el escroto más robusto en infinitud de partículas sub-atómicas?

Aquí y allá ocasionaban un pandemonium sodomaigomorriano. El Mellao aliviaba las pupas de su prepucio en la pila sacramental, El Pecas y Caraculo jugaban a Matrix lanzándose hostias ya consagradas y dedos amputados del conservado brazo incorrupto de San Uterino Fondón, otros dos despertaban a la sodomía en la cabina confesional, el púlpito abundaba ya en excrementos de El Lombrices que distraían a las moscas de su habitual refrigerio de vino santo. El bueno de Don Claudio se lo consentía todo. Era uno de esos curillas modernos en pro de la libertad de expresión de los jóvenes que no escatimaba en absoluciones ante las diabluras de la salvaje pandilla. Don Julián, sin embargo, no pasaba por ahí. Pertenecía a la vieja escuela y lucía con orgullo su alzacuellos almidonado. No le cabía la menor duda de que todos aquellos energúmenos debían arder en el infierno junto Pee Wee Herman y el padre Mundina.

Restaba ingeniar la manera más perniciosa de escarmentar a esta turba. Don Julián disfrazaba en su mente como educacional y evangelizadora la respuesta que habría de dar ante aquella ofensa, que en verdad no consistiría sino en una beligerante y placentera venganza. No iba a ejercerla desde luego en la forma de dura reprimenda verbal: no satisfaría la furia que le ardía dentro, y corría el riesgo de verse reducido ante los razonamientos de Caraculo, cociente intelectual 217 certificado por la Sociedad Daedalus de Talentos. Para reducirlos debería ponerse a su nivel de bestialidad, olvidar todos los remilgos clericales y poner en práctica los duros correctivos que otrora le infringiría el que fuera su mentor en el internado jesuita, el padre Damián. Era duro para él rememorar aquellas experiencias que permanecían aletargadas en lo más profundo de los pliegues de su sotana, pero al mismo tiempo, le producía tal regocijo el poder ver reflejado su dolor en los rostros de aquellos bandidos, que en plena maquinación tuvo que hacer un paréntesis para la oración autoabsolutoria. No podía evitar sonreír.

Doce eran los gamberros, doce como apóstoles de túnicas raídas a la altura del ojete, doce como los trabajos del semidiós pagano Hércules, doce como meses de un año satánico, doce como las gomas de una caja de condones Sodomex. Para cada uno guardaba su punición particular, doce tormentos como doce soles que espontáneamente su mente jesuita ya estaba pariendo y que les aplicaría a lo largo de doce exquisitos días.

Comenzaría ya mismo, y con el más débil de todos ellos, un tal Gañán. El mozo era poquita cosa, de los que se quedaba vigilando la retaguardia mientras el resto se explayaba en algaradas. Una buena piedra de toque en cualquier caso para probar su estrategia.

Allí estaba él, despreocupado, apoyado en el quicio de la puerta y utilizando con maestría el alambre del pan Bimbo para esquilmar el cepillo del DOMUND. No era presa difícil. Apenas tuvo que revolver el párroco en sus cajones de la sacristía hasta encontrar el artilugio que emplearía como herramienta de venganza: el coñaco de látex que simulaba las partes de una mula verrionda. Desempolvó además la batería de 5MV / 10KA con que alimentaba las luces de navidad de la iglesia. Electrificó la suculenta vulva y la tendió a unos pasos de Gañán. A los pocos segundos, tres caídas súbitas de tensión que afectaron a la mitad de la comarca no dejaban dudas del tórrido desenlace de Gañán.

El muchacho yacía fiambre ante los ojos de sus compinches. Cundió el pánico entre las feligresas, que salieron despavoridas. El resto de muchachos no le dio mayor importancia. El día tocaba a su fin y no había lugar para contemplaciones: llegar a sus respectivos hogares después del gingle de los lunnis podría resultar fatal para sus traseros. Niño Cantor (de Jazz) entonó a retirada y todos se dispersaron. Allí no quedó ni un alma a excepción de la de Don Julián, henchido de satisfacción mientras añadía la primera muesca a su crucifijo.

Día 2. A Don Julián le despierta por sobresalto un pensamiento retorcido: escarmentará a continuación a Niño Cantor (de Jazz). No respetará la tradición narrativa por la que el líder ha de caer el último. Coincide con Borges en que toda historia no es sino la reescritura de La Odisea y La Biblia, que ya contienen todos los elementos; que toda obra posterior no supone sino variaciones a esos documentos magnos. Como sacerdote, entonces, tiembla ante la negación de La Biblia que supone semejante trasgresión. La perspectiva, secretamente, le excita (o tal vez no es más que erección matutina). A media mañana, sin embargo, los alcahueteos de las viejas beatas le traen una noticia. A Niño Cantor (de Jazz), a sus diez añitos, acaba de cambiarle la voz. Ha perdido su don, su poder, por lo que Don Julián ya no tendrá que ocuparse de él. Aún así, el Revenge-Scheduling planificado por el párroco, tenía reservado un día para Niño Cantor (de Jazz), por lo que súbitamente se abrió ante él un océano de posibilidades de ocio.

Un cierto sabor acíbar impregnaba el paladar de Don Julián. ¿Era consecuencia de no haber podido disfrutar con todas las de la ley de la victoria o tal vez por esa insana costumbre de espolvorear su dentadura postiza con limadura de garra de zarigüeya?
A Niño Cantor (de Jazz) le arreglaron ese día todas las pendencias. Los que alguna vez quisieron joderle y se vieron detenidos por su canto de sirena, pudieron en este día pegarse un buen desahogo. No eran pocos. A Niño Cantor (de Jazz) se le escuchaba berrear desde otros pueblos, apaleado, punzado, escupido, lapidado, porculado, descuartizado; su nueva voz de guarra arrabalera entonaba ahora las músicas del dolor. Don Julián le tenía especial aversión a las gachas, motivo por el cual no podía dejar de pensar en Florinda Chico cada vez que alguien aporreaba una bandurria. Esto le impidió oír los alaridos de Niño Cantor (de Jazz) que resonaban por todas las esquinas de la ciudad. Clarines y timbales sonaban estruendosos conmemorando el feliz momento. Ahora tocaba evangelizar a los hombres de bien y exterminar al infiel, no antes de llenar el buche con una buena ración de panceta en “Casa Chari”.

En este punto Don Julián descubre que es un personaje de cuento. Se plantea la consabida retórica existencialista: ¿hasta dónde alcanza su libre albedrío?, ¿hasta qué puntos son reales los escozores de su hemorroide? Decide, o cree decidir, que puede sacar provecho de su descubrimiento. Ahora puede escoger convertirse en himenóptero, una de las pocas maneras de conservar el “himen” aun siendo desflorado repetidamente y sin piedad. Y lo hace, para sorpresa de los devoradores de porras con chocolate que moraban en los oscuros rincones del “Chari’s”. Una sensación placentera le invadió. Nunca antes, ni siquiera cuando probó por primera vez las bolitas de regaliz de las monjas del Bendito Fornicio Doloroso, se había sentido de semejante manera. Y tan agradable era aquel sentimiento que, a buen seguro, estaba pecando.

¿Despertaría aquello la ira del que hasta entonces había sido su dios y que en realidad no era otro que el autor de sus líneas?, se planteaba, a la vez que aprovechaba su nueva condición para parasitar las ingles de La Chari, que eran deliciosas por la costumbre de aquélla de refregarse por el entrefajo los churros más lustrosos. Imaginó a su dios como una nube omnisciente, o como un hipercubo, o como un botellín de agua de Borines o una etiqueta de salami o el zurcidor de los leotardos de Lina Morgan.

Pero en realidad no era más que un pretencioso y purulento fornica-cabras que nunca iba a tolerar la insurrección de sus creaciones. El final de los días de Don Julián llegó en forma de avalancha de Tip-ex que dejo-lo sepultado en el grasiento sintasol de aquel tugurio.
El Autor tenía ahora mucho en lo que pensar. Muerto su personaje al más puro estilo “estrella-de-comedia-televisiva-USA-que-pide-aumento-de-sueldo”, era difícil seguir el hilo de aquella historia.

Chin-pon.
Pero ¡un momento! Si el autor era realmente pretencioso como se autoproclamaba, aún tendría el talento o la poca vergüenza de añadir a su argumento un giro más. Se planteó como alternativas el Giro de Italia o el cambio de sentido A3 Km. 35 Perales-Campo Real. Optó por la segunda, i.e. TVE2.